PRÓXIMA FUNCIÓN

¡Cruce en Cuarentena!


Por razones de conocimiento público, la escuela a la que íbamos a asistir ha cerrado sus puertas.

Por lo tanto la función queda suspendida... así que quédense en sus casas, abríguense, y tengan miedo a la gripe A, que es lo que está de moda.

jueves, 25 de octubre de 2007

Cartonera

Fernando Luis Lozano

Hola, espero que estés bien, o esté, o estén, o estemos. Es lo mismo. Hola nuevamente. Soy una caja de cartón. Sí, simple, una caja de cartón. Pero no tan simple: en mi interior llevo vino blanco bien pero bien dulce. Sabroso. Una exquisitez para el paladar de los jóvenes, los mayores, los humildes y los poderosos. Porque estudié la situación. Me pude dar cuenta de todo. No es tan simétrica la relación vino caro – bolsillo repleto. Más de un parroquiano acaudalado consume lo espiritual de nuestro interior, dejando de lado a las presumidas botellas verdes, transparentes o amarillentas, en su defecto. ¡Ja, ja, ja! ¡Me río de todas! ¡Ja, ja, ja! ¡Cómo me río! ¡Ja, ja, ja! ¡Boludas! ¡Ja, ja, ja! ¡Soberbias!

¿Cómo puedo saber todo esto? Bueno, la suerte, el destino. Eusebio, el hijo mayor de don Hugo, dueño de este almacén, mi morada, al acomodarme junto a mis compañeras, me dejó un tanto desplazada hacia la izquierda de la fila. O sea, no hay dudas que miro la espalda a la compañera que tengo delante, pero estos centímetros de ventaja me dan una vista panorámica excelente.

Pobre Eusebio. Sí, en realidad pobre pibe. No es culpa de él ser tan pelotudo. Sí, repito: pe-lo-tu-do. Por lo poco que vi y escuché, mucha de la culpa la tiene éste don Hugo. Flor de hijo de puta. Al morir la madre, Eusebio limpia, cocina, lava, plancha, atiende el negocio, cobra, acomoda, barre, descarga, todo, todo, todo. Todo lo hace para los siete. Porque son siete machos. ¡Siete! ¡Siete! ¡Siete! De menor a mayor: los ya mencionados basura don Hugo y el zonzo de Eusebio; luego le sigue René con quince añitos, una princesita sin admitirlo públicamente; Carlos con doce, que se la pasa leyendo cualquier cosa que pase por sus manos; Santiago con diez, un enfermo de la pelota; Sergio de siete, que corre y corre detrás de las gallinas; Guillermo de dos, todavía no habla.

Entonces, por gracia y desgracia de Eusebio veo todo. Entre otras cosas: la mentira de los supuestos económicos; cómo se gasta el jean de don Hugo a la altura de la entrepierna de tanto rascarse las pelotas; lo sumiso que es Eusebio; los chichoneos y roces pélvicos entre René y el empleado de correos; los ires y venires de las páginas que manipula Carlos; los golazos a la nada de Santiago; las medias bajas y las remeras transpiradas de Sergio; los pañales llenos de mierda que con mucho gusto me muestra Guillermo.

Pero hay algo que debo rescatar de Eusebio: tiene buen gusto para las mujeres. Sé que le atrae mucho, mucho, mucho doña Clelia. ¡Un infierno esa mujer! ¡Una de esas rubias que dejan estúpido a cualquiera! Porque, acepto mi condición: soy una caja de cartón de vino blanco bien pero bien dulce, patriota y lesbiana, qué mierda. Me encanta Clelia, me despierta unos deseos bárbaros de ser lo que no soy, de hacer lo que no hago. Es divina. Tan, cómo decirlo, erótica. Siempre viste de pollera hasta las rodillas, tacos altos y unas transparencias a la altura del pecho que mejor ni les cuento. Confieso algo más, aunque me de vergüenza: me encanta que venga tempranito porque con lo fresco que está el almacén al no haber sido atacado todavía por el duro sol de la tarde, las pezones se le ponen duritos. ¡Me vuelvo loca!

Por eso Eusebio más que bronca me da lástima. ¿Se entiende? Porque es como, a ver... es como... un pajero. Sí, eso: un pajero. Pero crónico. Y toda la culpa la tiene el padre. Pobrecito, está tan recluido en sí mismo que no puede ni expresar sus más profundos apetitos. Sabe que doña Clelia está recién separada, totalmente sola, sin una compañía que la acaricie, que la abrace, que la... ¡ay!, mejor no sigo que me enfermo. Él nunca me traiciona. Siempre que viene Clelia la demora preguntándole por el tiempo, la hacienda, el auto, el valor de las divisas, los programas radiales. Cualquier excusa es buena para poder apreciarla. Y la aprecia. La apreciamos. Porque me parece que Eusebio sabe que tanto él como yo nos deleitamos el camino de vuelta al auto de doña Clelia. Ese movimiento perfectamente sincronizado de arriba para debajo de sus nalgas marcadas en la pollera. Tengo una fe ciega en Eusebio: sabe que Clelia consume la bodega que auspicio, así que, en la primera oportunidad, va a dejar que sus manos me alcen y me abra sutilmente con una tijera bien afilada y me exprima hasta la última gota. ¡Por favor, me merezco un trato así!

Bueno, mucha charla pero nada de acción. Hoy esto está vacío. Solamente se acercó el empleado de correos a comprar un paquete de galletitas dulces y Santiago salió volando al campito. Nada más. Qué tristeza. A ver... ¡epa! ¡Doña Clelia! ¡Pero qué casualidad, justo usted! ¿Cómo está? No me escucha, ya sé, pero bueno, me encanta pensar el diálogo con semejante mujer. ¡Upalalá! ¿Lleva salamín hoy? Pero, ¡muy bien! Picado grueso, más exclusivo. Sí, zoncita, está estacionado... muy estacionado, durito, durito, durito. ¡Me vuelvo loca! Epa, ¿y ese? ¡Ah, ya sé! ¿Qué hacés pibe? ¿Seguís mamándote a pesar de tener doce años? Bueno, bueno, bueno. ¿En qué estaba? Ah, sí. Bueno, Clelia, escuchame... ¿la puedo tutear? Bueno, mejor así. Escuchame, un cuartito de queso con ese salamín sería perfecto. ¿No? ¿Mejor un vinito? ¿Qué? ¡Sí, mi vida, sí! ¡Un vinito! No zoncita, no es regla acompañar el salame con vino tinto... claro que no. ¡Sí, claro, un rico vino blanco bien pero bien dulce va perfecto! ¿Y vos qué mirás pibe? ¿Qué señalás a mi fila? ¿También querés vino? ¿Y blanco? ¿Y dulce? Bueno... pero... ¡Esperen! ¡Me baja! ¡Eusebio me baja! ¡Claro, estoy segunda en la fila! ¡Con amor Eusebio y no me cagués! Claro Clelia, mi vida, no aumenté mi precio, siempre económico y rico, bien rico. Pibe, ¿qué mirás? Ojito, mirá que sos menor. ¿En qué estábamos Clelia? Ah, sí, claro: llevame en el asiento delantero, no me alejes de vos, por favor. ¡Este Eusebio y sus cosas! ¡Jajaja! No Eusebio, a la bolsa no… dejame ver un poquito más... bueno, está bien… sólo por hoy… ¡jajaja!

¡No me lleves de las orejitas de la bolsa, mi vida, Clelia, que quiero sentir tus caricias! Bueno, está bien, no te discuto más y me callo hasta que me liberes...

Qué raro, fue corto el camino... bueno, por lo menos ya me quitás esta pared plástica lisa que no me deja verte mi vida. ¡Ah! ¡Al fin, luz! ¡Hola, señora Clel…! ¡No! ¡Maldigo a todas las uvas de este mundo, a todas, todas, todas! ¿Qué hacés pibe? ¡Sacá esas manos de acá, atorrante! ¡Ay, no, por favor, no me merezco esto! ¡No, nene, no! ¡Ay! ¡Duele! Con los dientes no se a… ¡ay! ¡Con los dientes no, mocoso! ¿No se te ocurrió una tijera? ¡Ay! ¡No! ¡Duele! Jovencito, escuche: no me abra así que si no… ¡qué destino el mío, por favor!

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