PRÓXIMA FUNCIÓN

¡Cruce en Cuarentena!


Por razones de conocimiento público, la escuela a la que íbamos a asistir ha cerrado sus puertas.

Por lo tanto la función queda suspendida... así que quédense en sus casas, abríguense, y tengan miedo a la gripe A, que es lo que está de moda.

lunes, 25 de junio de 2007

¡¡¡ El grupo Cruce edita !!!

Viernes 10 de agosto, presentación del primer libro de la colección Cruce.

El mismo contendrá siete magistrales cuentos volcados voluntariamente de los dedos de Nicolás Raúl Correa.

Esperamos verlos y compartir con ustedes esta inmensa alegría.

martes, 19 de junio de 2007

Trabajos leídos el 8 de junio del 2007

Bueno, respondiendo al pedido de un cálido público, aceptamos subir al blog algunos de los textos leídos en el primer encuentro. Esperamos que disfruten de la lectura, y sirvan como incentivo para participar de la próxima reunión, que ya está siendo organizada en nuestros cuarteles generales.

Pueden ver los textos haciendo scroll hacia abajo, o pulsando en los siguientes links:

"Byte Me", de Juan Manuel Avila
"Los chinos en 'El Plata' ", de Nicolás Raúl Correa
"Relaciones cercanas", de Fernando L. Lozano
"Papá se incendia", de Washington Cucurto

Un saludo a todos,
Grupo Cruce.

Byte Me

Juan Manuel Avila


Un día un byte quiso existir

e inventó las computadoras.


Se sintió solo, y tomándose un bus de datos

salió a buscar compañeros como él.


Un bostezo, y mil veinticuatro compañeros,

se hicieron llamar kilobyte, el Supremo.


____Cuentan que ante ellos un tirano se presentó

____con sus ciclópeas cinco pulgadas y cuarto

____y de los Supremos hizo supremos.


Un suspiro, en el cual mil veinticuatro supremos

se unieron para hacerse llamar megabyte, el Feroz.


____Tal su fuerza fue

____que ni dos feroces hacía falta

____para reventar esa jaula

____que los ancianos llamaban diskette


Un parpadeo, y ya eran mil veinticuatro feroces

en divina cofradía se nombraron gigabyte, en Amplio.


____Y del grillete del sacro CD se despojaron

____dejando tras de sí la estela de millones de cavernas

____y pen drives estrellados contra el borde de un cordón.


Un destello neuronal, nada más, y mil veinticuatro amplios

sellaron el pacto para conformarse como terabyte, el Depredador.


Un día un byte quiso existir

e inventó las computadoras


lo cual nos hace preguntar antes:

______________________¿Cuántos bytes entran en el mundo?

______________________a

______________________¿Qué carajo es un byte?

Los chinos en "El Plata"

Nicolás Raúl Correa


Podría haber confundido el lugar con otra región del planeta, un sitio algo más asiático o tal vez mucho mejor orientalizado en su ambiente. Quizá un negocio de Once encaramado en la venta de juguetitos con sonidos estrambóticos. Tal vez un sueño, exactamente, un sueño de una tarde de abril. Lluvia. El agua no permite que los límites corporales sean dibujados como es debido ni que se distingan y eso, en tal caso ayuda demasiado al carácter de ensoñación de la situación. Pero no son tan buenos estos estados.

Entro al bar.

Las voces cruzadas agigantan en ecos el espacio. Entre las mesas se entromete el acertijo de las palabras, entre la silla puntea la Lengua rápida y con cortes elípticos. Lo más desesperante es la complejidad de los Mensajes que son gritados de lado a lado, de extremo a extremo, y al parecer, un abismo en medio. Así es, en el centro del lugar habitualmente concurrido por los parroquianos y a lo sumo algún brazuca, paragua o yorugua, en el centro mismo de la cuestión un grupo de individuos que se reparten en tres pequeños subgrupos de cinco personas, todos con trajes pero singularmente desaliñados y con un aroma particular. De corta estatura en su mayoría y el pelo como un puercoespín, parecen batirse con gemidos y alaridos. A decir verdad, de las veinte almas del bar, quince estimativamente son chinos. La mesa de siempre, a la que yo llamo “mía, mi mesa”, está vacía. Atravieso con los brazos en alto sosteniendo el bolso, esquivando las cabezotas y las piernas que me salen al paso, a ellos no le importa mi pasaje. Continúan inmutables en el quibombo. Entre los tres grupos hablan intercambiando ideas, ya que lo puedo ver y deducir por sus gestos y posibles imprecaciones. Es una Comunicación bastante exacerbada. El tema asemeja ser de gran importancia ya que uno de los orientales muy seguido pone cara de dolor arrugando el seño. De esa mitad del bar “El plata”, Oriente se hace presente sin mucho preámbulo. En la mitad restante el sitio se reparte con cuatro sujetos habitúes. Mientras prosigo sosteniendo con gran asombro la visión, ellos avanzan con sus voces unos sobre otros, gesticulando fervorosamente y acortando la distancia que los separa. Nunca vi tantos chinos juntos, en ese estado de ebullición. Semejante la situación a una película de Chuck Norris que hace mucho tiempo miré y en la que se saca de encima un centenar de estos personajes. Al tipo le salen al paso bandadas y los escupe con sus armas como un verdadero adalid, hecho un héroe y con una gamba menos, herido por todos lados, sosteniéndose con el simple aliento que apenas exhala. El superhéroe les da ventaja y todo. Un chiste.

En un momento, luego de sentarme se me ocurre la idea diminuta de que la invasión había comenzado. Latente. Diaria. Si se les antoja nos conquistan. Decile chau a occidente. Chau Europa y todas tus terminologías Occidentalistas. Chau to be o no to be. Chau Mac donald No hace falta mas pues los brazos disponibles para semejante tarea sobran. Los grititos continúan sin interrupción.

Se acerca el viejo Camilo al que pido como siempre un capucha. Cuando me escucha se sonríe y con un movimiento inclinando la cabeza me dice – ¿Qué decís?-. No respondo porque creo que es innecesario. Afuera llueve con sol, “Se casa una vieja” exhorto para mis adentros. El capucha llega rápido y yo que había desparramado mis papeles hice un lugar para la taza.

Un plato cae de la mesa.

Silencio.

Los chinos se miran un rato minúsculo que se acrecienta por la aparente tensión. Unos lanzan sus voces a los otros y así, en un sentido cruzado todos contra todos. Los parroquianos atendien un minuto a la querella pero no le dan más importancia. Un chinito de camisa mangas cortas, negra, que estaba en la mesa del centro, sin pedir permiso se abre paso entre sus camaradas y deja un papel en la mesa de su derecha. Tranquilo se vuelve a sentar. “Acá se pudre” pienso. No, todavía no. En eso me desconcierta por la puerta la figura magnánima del Tano Luciérnaga que sondea el área desde su posición. Al verme se viene hacia mi con su boinita marrón. Pasa el Tano entre los chinos murmurando “Strunzo”, “Managgia” pero ninguno le dirige la atención y el napolitano se arrima victorioso por su preponderancia. Al llegar me dice -¿Ma que pasa?- A lo que respondo:

- No se Tano, en cualquier momento nos rajamos porque estos se van a matar.

- Uuu, Sabé como le damo! Meta Schiaffo!

- No, quedate en el molde que son muchos.

El viejo Camilo deja la grapa doble al lado de mi taza pero el napolitano sigue mirando con aire inquisitivo a los orientales que comienzan a pararse uno a uno luego de ver el papelito y vociferar en un tono más alto, como si una advertencia se comenzara a cernir en la atmósfera. Lo único que entendemos es “Quilmes” y “Lanús”. Esas palabritas corren de boca en boca hasta que el Tano me dice: -¡Para! Ayer se suspendió ese partido por un corte de lu, creo que se jodio el grupo eletrogeno. ¿No tendrán algo que ver en eso?

- No es eso boncha- Reprimo al napolitano antes de que prosiga.

- Estos deben estar en contra del fulbo y cortaron la lu, nos quieren mete en la capocha todo el kunfu, avivate nene. ¡Vo tendrá mucha facultá pero la calle no se aprende en lo broli!

- Pero Tano no ve que ni siquiera saben como se juega a la redonda. Estos viven tan apretados que lo único que tienen en la cabeza es rajarse.

- ¿Qué cosa dice?

- Si Tano, van a invadirnos pero el fulbo ni les calienta.

Él Tano mete el pico en la grapa sin pensar en lo que digo.

En eso, el mismo chino de antes que dejó el papel, abrió un libro que estaba en la mesa y parecía ser a simple vista una Biblia. Leyó en voz alta, casi a los gritos. El Tano dilucida las palabras aunque no entiende nada. Yo escucho sin inteligir. Finalizada la lectura unos dicen “Lanús’ otros “Quilmes”. Las Voces se meten nuevamente entre las sillas y las mesas, en la taza de capucha, la grapa, en el delantal de Camilo y la maquina de café. La incapacidad de comprender el Mensaje que viajaba de chino a chino parece producirme una herida que queda muerta allí, sin eco y sin distancia. En eso el Tano apura el vaso y me dice –Cho, me voy nene. Juega el sportivo en un rato. Nos vemo- y sale casi a los golpes y empujones con sus blasfemias a cuestas y la boinita marrón que se le cae.

La perorata siguió con ruido y estrépito. Ya me es insoportable el tono que emplean aquellos ruidosos entre ellos, toda la situación comienza a aturdirme.

Voy al baño para mojarme la cara.

Tiro el botón y cuando el inodoro termina de hacer su proceso, escuchó los gritos más desaforados de la tarde. Atroces. Salgo alocadamente pues todos mis intentos de escritura habían quedado en la mesa. Lo primero que encuentro es un chino tirado en el suelo y a Camilo agachado detrás del mostrador bastante atemorizado. Esta en cuclillas y quiere decirme algo. Asomo la cabeza y el espectáculo es anormal. Ahí nomás se están cuchilleando con unos sables grandes. Los quince chinos metidos en un enjambre de sablazos y piñas que van y vienen. Se toman del pelo empuñando el sable hasta el mango. Lo quitan caliente de vida ajena, de vida que puede añorarse. Hay varios a los que ya han hecho pasar para el otro lado. Quedan los más forajidos, a simple vista, que no son muchos. El grupo de quince es ahora de unos siete. De pronto unos de los orientales me echa una mirada. Los pelos se me ponen de punta y escondo la cabeza pero es tarde. No voy a meterme en el baño tampoco ya que la situación no lo amerita. Los siete victoriosos empiezan una charla sentándose en la mesa con gran seguridad y naturalidad. Yo salgo de mi refugio ya que entiendo que el problema no es conmigo evidentemente. Al salir me miran casi desdeñosamente pero siguen en la suya. Uno de ellos dice “Lanús” y otro “Quilmes”, entonces el que dijo la primer palabra de un sablazo le corta la cabeza que da sin ambages contra el suelo. Todo se riega de sangre. Espesa sangre que brota ya sin vida. “Lanús” vuelve a decir con gran soberbia el vencedor. Gira su cabeza y me mira a mi que digo con un susurro “Lanús” y el chino asiente con una sonrisita y un movimiento de cabeza hacia abajo y arriba. Los destrozos en “El plata” se desparraman en toda su extensión. El desorden es general en todo el bar mientras Camilo barre sin replicar nada. Los victoriosos se levantan y le entregan al viejo mozo un fajo verde. Él los mira pero no les dice nada.

Se van.

Al rato cae el patrullero.

Al otro sábado me acerco al bar y veo a los mismos seis de la última vez. Entro y me voy a mi mesa. Camilo me frena antes de que pida mi capucha y me dice que de un momento a otro la cana va a caer y se arma. Le digo que quiero un capucha como siempre y que es cosa de ellos. Los chinos me miran y sonríen diciendo casi al unísono “Lanús”. No hay nadie en el sitio, ni un parroquiano. No es por hacerme el valiente pero si me quedo tal vez me gano una historia y me inspira para dejar de hacer porquerías que no me convencen.

El viento que viene del sur de un momento a otro inspirará a que la gran madre natura esgrima la lluvia que suele desahogar el mal de los hombres. “Agua para redimir”, así le pongo a mi cuento de tres hojas momentáneas. Un par de tipos pasan por la puerta del bar y me parece que son vigis. Camilo me hace una seña desde el mostrador y yo sin meditar mucho más le paso el dato al chinito más cercano. Este me mira y comprende. Voy para el baño con mis cosas y en eso quieren entran los polis con las carabinas y los orientales también pelan los fierros, esta vez nada de cuchillitos. Tremenda batalla esgrimirá mi pluma. “Lanús” gritan los chinos que se acuartelan en “El plata” rechazando al primer escuadrón de policías que los acicalan e intentan franquearlos. Camilo está detrás del mostrador y no mueve ni siquiera las orejas. Yo me refugio con la pared que da al pasillo del baño y lo único que hago es asomar la piojera para ver. Los seis victoriosos se preparan para recibir el ataque y usan como escudo las mesas que ya dieron vuelta usándolas a modo de trinchera. Uno de estos, creo, esta herido y grita a lo loco agarrándose el brazo. El chino más viejo lo agarra del mismo brazo que tiene maltrechos y sale usándolo de escudo. El fuego de las balas se mete en el cuerpo del que estaba herido, ahora carne muerta. Se ve caer un par de canas y el chinito vuelve a meterse en “El plata”, dejando a su camarada inerte en la calle. No hay rito funeral posible. Otra que “La guerra de los gimnasios” me dije. “De acá no salgo más y si salgo, es fiambre”. En eso el chino que parecía ser el más piantado de todos, el que más gritaba “Lanús” sale alocadamente, pistola en mano pero al instante cae en la acera y comida de los gusanos será. Quedan cuatro y hay uno de esos que también esta herido. “Fue” decreto en mi cabeza. Aunque no se dan por vencidos y lo único que les falta es recitar Almafuerte. Se atrincheran un poco más atrás, llegando a las proximidades del baño mientras yo me encierro en este. Al descuido de la replegada, los tres chinos que arrastraban a su cuarto compañero, entraron por la puerta de emergencia unos diez gendarmes con itacas volando y destruyendo todo a su paso. Lo escuché desde mi posición muy nítidamente. Antes de dar la estocada final se oyó “Lanús” un par de veces más.

Silencio.

La policía me encuentra unos diez minutos después, pluma en mano. Me sacan en camilla por las dudas y me meten en la ambulancia. Les digo que estoy bien pero una gorda sin hacerme caso me toma el pulso y me revisa.

El interrogatorio posterior fue normal, dije que no sabía nada y que menos había visto. Lo único que escuché, no lo entendí. Me recomendaron que intentara recordar porque era mejor para el bien de todos. Alegaron que los chinos operan de esa manera y que podría haber sido una victima y que tengo mucha suerte de estar vivo.

Al rato traen un traba que dice haber visto lo que pasó. El oficial lo examina de arriba abajo y se le ríe en la cara. Los otros gorilas lo secundan.

Después de unas horas se convencen y me dejan libre.

Relaciones cercanas

Fernando Lozano.


México, para allá me voy, Carla, mi amor. Amorosos esos cachorros; lástima la entrada, muy cara. Cara dura es lo que terminas siendo Roberto por dejarme sola acá, en un país de bosta. Bosta, por todos lados, Mariana, ¿qué querés que te diga? Decime una cosa, infeliz, ¿cómo pensas que me siento? Sentía que las hamburguesas que había comido con mis sobrinos en la cadena norteamericana de los arcos dorados me subían por el cuello; me sentía mal. Mal, ya lo sé, pero no veo futuro para mi profesión en este país. Paisanos, encima que no me sentía bien, este lugar tenía que estar lleno de paisanos comprando todo tipo de animalitos, tratando de ragatear el precio ¿viste? Veo, sin ir más lejos, que vos no me amás; sos una desgracia. Desgraciados estos judíos, se llevaron el labrador que yo quería. Querer te quiero, pero primero debo instalarme para venir a buscarte; o sea, primero está uno. Uno de los hijos de este tipo, el muy zángano, sabía que yo lo quería y me lo refregó por la cara y salió corriendo, escabullendose como una rata. Rateros, eso es lo que te falta decir para que seas un mexicano más, basura. Basurear, eso fue lo primero que hice al agarrarlo. Agarrate las valijas, dejame acá como una pelotuda y andate, porque primero está vos, ¿no, forro? Forrado en guita estaba el nene judío, en realidad el padre del pibe que me gastó. Gastate todos tus ahorros, mal parido, y ni se te ocurra volver para pedir perdón. Perdones del padre es lo que más me acuerdo de esa exposición que, para decir la verdad, era un fiasco tremendo. Tremendista, eso sos Carla, porque, realmente me gustaría irme con vos. “Voseame” palpitaba mi cerebro mientras el judío este me pedía disculpas, ya que, tengo que ser realista, estaba bueno. Bondadoso, muy bondadoso lo tuyo Roberto, pero no alcanza para remediar la cagada que estas por hacer, no te aproveches. Aprovechando que Martín y Julián estaban viendo los gatos, me parece, le dejé mi teléfono. Telefoneame desde allá, no te quiero ver más; andate por favor. Favores, un montón, le voy a deber a mis hijos si me llama el tipo, ¿no? No me digas eso, mi vida, me quiero matar. Matame Mariana, te lo ruego, si le digo que no a éste si me invita en un bar algo con alcohol para tomar. Tomátelas de acá, pedazo de mierda, no te hagás el tierno conmigo, ¿está claro? Clarísimo tenía el pelo, era precioso...


Roberto dejó el bar mirando el piso. Por su parte Carla, sin remodimientos de todo lo que dijo se aguantó las lágrimas. Susana colgó. Pero sonó el teléfono. Susana se levantó y atendió, pensando que era su nuevo príncipe azul, quien la iba a sacar de la soledad que carcomía su corazón (y su billetera). Pero sus ilusiones cayeron cuando sintió lo que no esperaba: la policía. Llamaba para avisar que su hija se había estrellado contra un colectivo de la línea doscientos dieciseis en un accidente automovilístico mientras iba camino al aeropuerto internacional de Ezeiza, a buscar a su novio Roberto Pérez.

Papá se incendia*

Washington Cucurto

Mi padre se vuelve al catolicismo

y quiere que yo también me vuelva.

Quiere que salgamos esta tarde

con una biblia bajo el brazo

a visitar a todo su público pudiente.

Mi padre quiere que le ayude a montar

un escenario sobre el techo del Abasto.

¡Para que toda la gente lo escuche!

¡Para que toda la gente lo aclame!

Mi padre pasa hablando del amor de Dios.

¡Ay, Dios mío tendré que soportarlo!

Mi padre pasa elogiando la remera

que Daniel trajo de Inglaterra.

Mi padre pasa haciendo bromas brillantes.

Mi padre, púdico sentimental, pasa recién afeitado

Papá se cuelga del cartel de Coto, le agarra

la electricidad y cae sobre el asfalto mugroso.

Papá pierde el conocimiento, y cree que es

Ricardo Zelarayán.

Si no estoy mintiendo un poco, ya no odia

a Enzo Francescoli.

Es más, cree que es Enzo Francescoli

y anda haciendo chilenas por el aire.

Papá pisa un cable de su escnario y se

incendia,

desde abajo todos le tiran baldazos de agua

y le dicen: ¡Largate! ¡Largate!

Papá se larga y sale corriendo

(¡envuelto en llamas!)

hasta Tucumán y Agüero,

para el 46 hace bajar a toda la gente y se va

con el colectivo. ¡Y el colectivero de rehén!

Papá maneja el colectivo descontrolado,

el 46 da vueltas como un trompo

hasta que se mete en el Rancho A y B

donde los bolitas bailan cumbia.

El 46 dejó un gran aujero en la tierra.

Papá desapareció.

Los ratis de la 21 todavía lo andan

buscando



*Del poemario "Zelarayán", en Las aventuras del sr. Maíz, INTERZONA, 2005