PRÓXIMA FUNCIÓN

¡Cruce en Cuarentena!


Por razones de conocimiento público, la escuela a la que íbamos a asistir ha cerrado sus puertas.

Por lo tanto la función queda suspendida... así que quédense en sus casas, abríguense, y tengan miedo a la gripe A, que es lo que está de moda.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Presentación de Engranajes de sangre.

El Grupo Cruce se alegra de comunicar por este blog la próxima presentación del segundo libro de uno de sus integrantes fundadores: Engranajes de sangre, de Nicolás Raúl Correa.

Martes 9 de diciembre, 19 hs.

Bar Bartolomeo

Bartolomé Mitre 1525



Presentación del libro:
Engranajes de sangre
Cuentos
de
Nicolás Correa



Presentan los Engranajes: José María Marcos y Leonardo Oyola



Invitados de la engranada:

Narración: Walter Politano

Música: Iván “Cuerda” Correa

miércoles, 22 de octubre de 2008

Grupo CRUCE Presenta:

Varieté Cruzada Clown

Sábado 25 de octubre. 22 Hs.
Espacio Cultural FALSA ESCUADRA
Av. Garay 3050 (Entre Urquiza y Rioja)

Con nosotros:

Alcaucil es Julia Goldberg
Carola es Cintia Axt
Emilia es Ariana Blanco
Piolo es Aníbal Flamini
Purpúrea es Tatiana Israeloff
Rocío es Manuel Panego

Los esperamos con la misma energía de siempre...

Entrada: Bono contribución $8
Reservas en grupocruce@gmail.com

Te llevan a Falsa Escuadra: Estación Urquiza Subte línea E, estación Inclan subte H... 4, 6, 9, 23, 32, 41, 50, 53, 61, 65, 75, 95, 101, 112, 115, 118, 126, 128, 129, 133, 134, 143, 150, 160, 165, 188... La nave de Alf o la Ferrari del innombrable...

Tabajo de Marina Lujan Secchi

Dibujo próximo a ser editado en el libro de cuentos Engranajes de sangre, de Nicolás Raúl Correa.

martes, 7 de octubre de 2008

Fotos cruzadas.

Siempre es grato volver la vista atrás y observar las huellas que persiguen nuestros pasos. El Grupo Cruce se mueve, para atrás, para adelante, para los costados. Sube y baja, y tirita de calor sudando de frío.

El 2008 está dando los más dulces frutos (incorporación de nuevos miembros, incremento de un público estable) y nos gustaría plasmar este movimiento creciente en lo estático de una fotografía:



La formación Cruce y sus invitados consta de:
ARRIBA: Iván "Cuerda" Correa (Guitarra), Noelia Couto (Poesía), Natalia Israeloff (Poesía), Tatiana Israeloff (Clown), Walter Nardi (Guitarra), Juan Manuel Avila (Cuento), José María Marcos (Cuento), Walter Politano (Narración)
ABAJO: Marina Lujan Secchi (Pintura), Ariana Blanco (Clown), Nicolás Raúl Correa (Cuento), Nadia Blanco (Danza), Silvana Trotta (Ensayo).



Agradecemos especialmente la presencia de José María Marcos, que nos acompañó leyendo un cuento de su autoría, y tuvo la gentileza de acercarnos algunas fotos de la última función. Esperamos que nuestros caminos vuelvan a encontrarse en otra noche cruzada.


lunes, 29 de septiembre de 2008

Soñando con octubre...

Grupo CRUCE Presenta:

Los Sueños

Sábado 4 de Octubre. 22 Hs.
Espacio Cultural FALSA ESCUADRA
Av. Garay 3050 (Entre Urquiza y Rioja)

Somos CRUCE:

Cruce Clown

Emilia (Ariana Blanco)
Purpúrea (Tatiana Israeloff)

Cruce Música

Iván "Cuerda" Correa
Walter Nardi

Cruce Narrativa

Nicolás Raúl Correa
Juan Manuel Avila
Walter Politano

Cruce Pictórico

Marina Lujan Secchi

Cruce Poesía

Noelia Couto

Cruce Teatral

Mercedes Camaño

INVITADO ESPECIAL: José María Marcos

Entrada: Bono contribución $5

Los esperamos con la misma energía de siempre...

Te llevan a Falsa Escuadra: Estación Urquiza Subte línea E, estación Inclan subte H... 4, 6, 9, 23, 32, 41, 50, 53, 61, 65, 75, 95, 101, 112, 115, 118, 126, 128, 129, 133, 134, 143, 150, 160, 165, 188... La nave de Alf o la Ferrari del innombrable...

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Nueva varieté en septiembre

Grupo CRUCE presenta:


Varieté Cruzada
CLOWN


26 de Septiembre. 22 Hs

Espacio Cultural FALSA ESCUADRA

Av. Garay 3050 (Entre Urquiza y Rioja)


Con nosotros:

Anilina es Maria de las Mercedes Tibi

Carola es Cintia Axt

Emilia es Ariana Blanco

Molina es Karina Mancini

Pascuala es Rosana Passano

Purpúrea es Tatiana Israeloff

Volcán es Walter Politano



Entrada: Bono contribución $5.



Reservas en grupocruce@gmail.com

Los esperamos con la misma energía de siempre


Te llevan a Falsa Escuadra: Estación Urquiza Subte línea E, estación Inclan subte H. Buses: 4, 6, 9, 23, 32, 41, 50, 53, 61, 65, 75, 95, 101, 112, 115, 118, 126, 128, 129, 133, 134, 143, 150, 160, 165, 188, etc. La nave de Alf, el Batimóvil...

martes, 9 de septiembre de 2008

Pecando en Flores

Grupo CRUCE repite:

PECADOS CAPITALES

Viernes 19 de Septiembre a las 20:30 Hs.
Centro Cultural Marcó del Pont. Gral. J. Artigas 150, al lado de la estación trenes de Flores.

Somos CRUCE:

Cruce Clown
Emilia del Campo (Ariana Blanco)
Purpúrea (Tatiana Israeloff)

Cruce Musical
Claudio Esteban Saenz
Iván "Cuerda" Correa
Walter Nardi

Cruce Narrativa
Juan Manuel Avila
Nicolás Correa
Walter Politano

Cruce Pictórico
Marina Lujan Secchi

Cruce Poesia
Noelia Couto

Cruce Teatro
Mercedes Camaño

Entrada: a la gorra

martes, 26 de agosto de 2008

Primera fecha de septiembre

Grupo CRUCE Presenta:

PECADOS CAPITALES

Sábado 6 de Septiembre. 22 Hs.
Espacio Cultural FALSA ESCUADRA Av. Garay 3050.

Somos CRUCE:

Cruce Clown
Emilia del Campo (Ariana Blanco)
Purpúrea (Tatiana Israeloff)

Cruce Musical
Claudio Esteban Saenz
Iván "Cuerda" Correa
Walter Nardi

Cruce Narrativa
Juan Manuel Avila
Nicolás Correa
Walter Politano

Cruce Pictórico
Marina Lujan Secchi

Cruce Poesia
Noelia Couto

Cruce Teatro
Ercilia Agostinelli
Fernanda Cantarella

Entrada: Bono contribución $5.

Reservas en grupocruce@gmail.com, grupocruce.blogspot.com

Los esperamos con la misma energía de siempre...

Te llevan a Falsa Escuadra: Estación Urquiza Subte línea E, estación Inclan subte H... 4, 6, 9, 23, 32, 41, 50, 53, 61, 65, 75, 95, 101, 112, 115, 118, 126, 128, 129, 133, 134, 143, 150, 160, 165, 188... La nave de Alf o la Ferrari del innombrable...

lunes, 28 de julio de 2008

[...]

GRUPO CRUCE


6 de Septiembre
FALSA ESCUADRA

PECADOS CAPITALES

[...]

domingo, 6 de julio de 2008

Primera Varieté Cruce

El Grupo Cruce se complace en anunciar la primera de sus varietés mensuales, que se efectuarán hasta fin de año en el Espacio Cultural Falsa Escuadra.
En esta oportunidad, el eje a trabajar durante la varieté será "la mujer", tomando el tema desde cuantas perspectivas se les ocurra a los integrantes.
Como siempre, nuestro grupo se encuentra abierto a colaboradores, de todo tipo de ámbito artístico, sea pictórico, literario, teatral, musical, o el que se pudiera presentar.

La fecha designada para la varieté es el viernes 25 de julio, a las 22:00 horas, y el lugar es el Espacio Cultural Falsa Escuadra, Av. Garay 3050.
Los acercan los colectivos 4- 6- 20- 32- 53- 62- 75- 86- 115- 126- 143 y el subte Linea E.
La entrada es un simpatiquísimo, amigable, accesible y justiciero bono contribución de $ 5. Las reservas se hace por mail a grupocruce@gmail.com, contactándose con nosotros en los comentarios de este blog, encontrándose personalmente con los integrantes o en la noche del espectáculo.

El feto.

por Juan Manuel Avila

Se acostó sintiendo el calor de una cama ya ocupada. Ella lo había esperado hasta tarde, pero él se demoró incluso más de lo acostumbrado. No por placer, no señor. Nada más lejano. Para él, el placer estaba como borrado, como detrás del vidrio de un espejo por el que veía su vida pasada.

¡Por placer!, haceme el favor… la calle es un infierno, no hay placer en el infierno. No hay placer buscando el mango, no hay placer manejando un taxi… no es como en las películas. Nadie viene y te cuenta una historia interesante, nadie garcha en el asiento de atrás… ningún famoso se sube a un 405… eso… eso es todo Hollywood, todo sueños.

Un infierno, la calle es un infierno… pero ahora ya está, ahora ya está acostado, sintiendo la tela se una sábana que comienza por serle áspera, pero a medida que su cuerpo se calienta, se vuelve más suave. Teme tocar el cuerpo de ella, por lo menos hasta que el suyo entre en calor. Los doctores te cuentan cada historia, ¿viste? Que tiene que dormir de costado, que tiene que dormir boca arriba, que tiene que dormir haciendo la vertical… todo con tal de que no se le ahogue el feto.

Ella se ve feliz al otro extremo de la cama. Distante, piensa él, pero feliz. ¿Y cómo no va a estar feliz? Si está acompañada todo el día. Todo el día está con el otro, mientras él está solo como un perro, en una lata negra como la noche y amarilla como un vómito. Ya hasta tuvo que girar el espejo retrovisor porque estaba cansado de ver la cara de odio de la gente con la mirada clavada en el reloj, despreciándolo cada vez más por cada centavo que aumentaba la tarifa. Solo, como un perro. En una cama de dos. Transformada en una cama para tres. Haceme el favor…

Se acercó despacio, tratando de envolver esa enorme cintura. Y no pudo. Estaba más grande que nunca. Iba a reventar esa mujer. El crío la estaba inflando, estaba ocupando más lugar de lo que le correspondía, no era justo. A penas llegó a palpar el ombligo de su mujer, como empujado de adentro hacia afuera. Se imaginaba el dedo mayor del feto presionado contra la barriga, haciéndole fuck you mientras el feto le decía: ¡Sacá la mano gordo, tu mujer es mía, nunca más va a ser tuya!

Y mientras apoyaba la mano sobre el ombligo, trataba de sentir esa burla del feto, el insulto del otro.

Ahí fue cuando lo sintió por primera vez. ¿Una patada? O.K., dio una patada ¿Y eso era la gran cosa? ¿Por eso hacía tanto escándalo su suegra, y gritaba tan emocionada su cuñada? ¿Tanto revuelo por eso? Dio una patada, movió un pié, denle un diploma al bicho este. Él arriba del 405 tenía que mover el pié para acelerar. Mover el pié para frenar. Mover el pié para mandar los cambios. Primera después del semáforo; segunda a un par de metros; tercera si iba por el medio de Rivadavia, que a la noche estaba bastante vacía; freno y punto muerto si lo agarraba algún semáforo con camarita. Así durante toda la noche, todas las noches. Y ahí no tenía a su suegra para que lo felicite. No tenía a su cuñada para que se emocione. Ahí, a lo sumo, tenía un pasajero que lo miraba con odio, haceme el favor…

Ahí lo tenés de vuelta, otra patada. Bueno, si tanto patea, no debe ser tan difícil, no es ninguna proeza, no merece tanto festejo cada vez que se le canta moverse. Como ahora, que parece que se está dando vueltas por toda la panza.

Y de hecho así era, su mano captaba el movimiento por debajo de la piel, y por momentos le parecía reconocer hasta la forma del feto. Ahí tenés una pierna, ahí un brazo… ahí otro brazo… ahí la cabeza. Se movía mucho, y cada vez más rápido. Sin quitar la mano del vientre de su mujer, apoyó el codo en la almohada, elevó el torso y al observar la guarida del feto no pudo evitar elevar las cejas y dejar caer su mandíbula en una mueca de espanto.

Retiró la mano tan rápido como pudo, mientras observaba que el vientre se sacudía de un lado a otro, y contra las paredes de carne se marcaban claramente un pie, o una mano, o la espalda del feto. La piel de su mujer se estiraba a más no poder, marcando estrías por toda la barriga, atravesada por intensas venas azules. El feto se estiraba, y se estiraba, y se estiraba, y ya se notaba que el domo de carne no le era suficiente.

De golpe, todo cesó. La panza volvió a su forma habitual, las estrías desaparecieron y las venas se fundieron en el color canela de la piel de su mujer. ¿Lo había soñado?, pensó él. Tal vez la noche en el 405 le había pegado fuerte. Alcohol seguro que no era, porque desde aquella vez lo pararon y le hicieron el test ese y le sacaron al licencia, él no había vuelto a tomar mientras manejaba. Así que si, efectivamente debió haber sido un sueño, una pesadilla.

¿Tanto odiaba a ese feto? ¿Tal desprecio sentía por él, que lo había soñado como una bestia feroz y alienígena? Reconoció por un momento que no era justo de su parte ser tan hosco con su propia descendencia, con su propia sangre, y en su rostro se delineó una leve sonrisa, mientras las cejas se distendían y relajaban en un gesto de ternura. Decidió dar una última caricia a esa pancita antes de entregarse a un sueño bien merecido.

Posó la mano sobre el vientre, y lo acarició con suavidad. Se exaltó levemente al sentir otra vez lo que parecía ser una patada. “Parece que esta noche vos tampoco podés dormir”, le susurró acercando su rostro a la panza de su mujer. Y ahí sintió una nueva patada. Y otra más, seguida de un breve repiqueteo intermitente, y antes de que pudiera mover su brazo, del centro de la barriga brotó una pequeña mano ensangrentada que lo tomó de la muñeca inmovilizándolo.

Sus ojos se abrieron de par en par, y aunque su boca se movía, no conseguía que la garganta emitiera sonido alguno.

Como una flor de cuatro pétalos, la redonda barriga de su mujer se abrió, inundando la frazada de sangre, tripas y demás fluídos. Entre tanto rojo, entre tanta asquerosidad, una criaturita de menos de medio metro de altura observaba al aterrado taxista con dos ojos encendidos en furia.

Inmediatamente le saltó a la cara, arrojando al pobre hombre fuera de la cama. Comenzó a clavarle esas uñitas tan tiernas en los párpados, tratando de sacarle los ojos. El hombre, con las dos manos empujaba al feto del torso, pero este estaba agarrado como una garrapata. Tanteó en el piso, buscando sus zapatos. Esos, los de punta de acero que usaba en la fábrica antes de que lo echaran.

El primer zapatazo sonó… digamos… húmedo. Al parecer la baba que bañaba al feto lo protegía de los golpes. Pero al tercer, al cuarto, al quinto impacto aflojó sus manitas y cayó al piso. El hombre se puso de pié, y alcanzó a ver con sus ojos bañados en sangre cómo la criatura se escurría debajo de la cama, como una cucaracha.

El cordón umbilical aún seguía aferrado al feto, con lo cual era fácil adivinar sus movimientos. Él tomó con ambas manos el extremo del cordón, y tirando como de una soga comenzó a forcejear para sacar a la luz a su contrincante. Pero el otro estaba agarrado fuerte a la cama, y se le resistía. En su esfuerzo, él se recostó en el piso, apoyó ambas piernas en el marco de la cama, y haciendo fuerza no ya con sus brazos, sino con todo su cuerpo, tiró hasta caer exhausto. Soltó, ya sin fuerzas el cordón, y pudo ver cómo este se hundía en las profundidades de la oscuridad.

Agotado, tumbado y sintiendo el frío de las baldosas en su espalda, se arrastró hasta su lecho, y con un último esfuerzo intentó elevar el torso para acostarse nuevamente. Pero al subir a la cama, notó que su contrincante ya estaba erguido sobre el colchón, tomando en cada manita un extremo del cordón umbilical, y dándole pequeños tirones, como comprobando la resistencia de la soga. Él se sentía demasiado extenuado como para poder reaccionar a tiempo, y es por esto que cuando el feto saltó hacia su cuello no llegó a esquivarlo.

Ahora el feto se movía por su cuerpo como un insecto, sujetándose del cuello del taxista con el cordón umbilical. Cuando logró ubicarse en la espalda de este, redobló sus fuerzas y comenzó a estrangular a su oponente. Él, en un acto reflejo llevó sus manos hacia su cuello, y trató de agarrar el cordón umbilical, pero estaba todo tan cubierto por fluidos, que sus dedos se resbalaban a medida que iban perdiendo fuerza por la sofocación. Sentía el corazón golpeando con fuerza dentro de su pecho, redoblando con más intensidad que nunca, como antecediendo el silencio absoluto. Sus ojos comenzaron a salirse de sus órbitas, y las pupilas subieron por el globo ocular hasta desaparecer totalmente.

Entre espasmos y sacudones, sintió que una mano cálida, delicada, femenina lo sacudía del hombro, y entre los llamados de una conocida voz, despertó de su sueño.

- Gordo, sacá el 405, que me parece que ya estamos listos.

Cuando abrió los ojos, vio a su mujer sentada contra la cabecera de la cama, sosteniendo su vientre con ambas manos. Se frotó los ojos con ambas manos, y se incorporó, cerciorándose de que no hubiera sangre, tripas o fluidos sobre el colchón. Ya seguro, se calzó las alpargatas, se puso los jeans, la camisa sucia, campera, y se preparó para salir de una pesadilla para entrar en otra.

sábado, 28 de junio de 2008

Cruce entre sueños y flores

Querida audiencia / público / receptores / víctimas:

Luego de una noche arrasadora en el Centro Cultural Falsa Escuadra, Cruce no se detiene a pensarlo dos veces y ya tiene preparada una nueva presentación, esta vez ubicada en el maravilloso Centro Cultural Marcó del Pont, ubicado a centímetros al norte de la estación de trenes del barrio de Flores.

La noche va a estar dedicada a desarrollar una de las pocas temáticas que por más que sea tratada una y otra vez a lo largo de la historia no pierde impacto: Los Sueños. Como siempre, el Grupo Cruce propone encarar un mismo eje desde las distintas perspectivas que pueden generar diferentes disciplinas artísticas, como la narrativa, el teatro, la poesía, la música, el clown y la magia.

La fecha está programada para el próximo sábado 5 de julio, a las 20:30 horas.
La entrada es gratuita, pero quédense tranquilos que vamos a llevar un sombrero de charro para poder manguearles la mayor cantidad de dinero posible. :P

domingo, 25 de mayo de 2008

Cruce en Junio.

El Grupo Cruce se enorgullese en presentarse los últimos tres viernes del mes de junio en el Espacio Cultural Falsa Escuadra.


Luego del adelanto presentado en la Facultad de Filosofía y Letras, y con un par de ensayos más sobre nuestras espaldas, nos sentimos más que preparados para entregarles a la comunidad el espectáculo de Cruce en Once, en el cual diversas disciplinas artísticas van a atravezar el eje temático de la plaza de Balvanera. Dentro de estas disciplinas contamos con exponentes de Clown, Música, Teatro, Poesía, Prosa, Fotografía y Narración.
Personas grandes y pequeñas, buenas y malas, jóvenes y viejas... todo está en Once. Y todo está en movimiento. La vorágine se apodera de las personas que se apresuran por llegar y por irse como sea, en tren, colectivos, taxis o a pie de no quedar otra posibilidad. Esto es lo que intentamos plasmar en el espectáculo que vamos a presentar en Junio, y esperamos tenerlos a ustedes presentes ahí, para acompañarnos y formar parte de ese movimiento que es vida, es trabajo y es arte.


Las fechas en las que nos vamos a estar presentando son los viernes 13, 20 y 27 de Junio a las 22:00 horas.
El lugar es el Espacio Cultural Falsa Escuadra, Av. Garay 3050.
Los acercan los colectivos 4- 6- 20- 32- 53- 62- 75- 86- 115- 126- 143 y el subte Linea E.
La entrada es a un muy amigable pero onerosa bono contribución de $ 5. Pueden reservarlo contactándose con nosotros en los comentarios de este mismísimo blog, o mandándonos un mail a grupocruce@gmail.com, así como también encontrándose personalmente con los integrantes o en la noche del espectáculo... Y sí, me gusta remarcar las cosas en ROJO.


Los esperamos, con toda la energía de siempe.
Grupo Cruce.

domingo, 13 de abril de 2008

Primera función del 2008



Después de unas largas vacaciones, un poco más bronceados y con una formación renovada, el Grupo Cruce vuelve a presentarse ante su público.

Los invitamos a esta nueva función, en la que van a haber representaciones teatrales, pictóricas, literarias y musicales, fundidas en un mismo movimiento escénico.

El evento tendrá lugar el día viernes 25 de abril, en el bar del subsuelo de la Facultad de Filosofía y Letras (Puan 480), a las 21:00 horas. La entrada consta de un alimento no perecedero.

Los esperamos como siempre, con un repertorio nuevo, edulcorado ligeramente por regalos, alguna que otra copa invitada por el grupo, y la siempre abierta oferta de participación de todos los interesados en nuestros encuentros.

miércoles, 26 de marzo de 2008

¡Pobre cocinero!

de Nicolás Raúl Correa


El lugar esta a oscuras. La gente conversa sin mucha atención. Unos con otros. Los abrigos se sueltan de las sillas y se tiran en el piso, como las palabras. El suelo encerado los recibe, poco luminoso. Los mozos corren de aquí para allá levantando la voz con los pedidos que corren. El cocinero comprometido con el asunto, tira la cuchilla a toda marcha impactando contra la puerta de entrada a la cocina. La traspasa y el filo, inocentemente, puede vislumbrarse del otro lado....

  • ¿Qué hace el cocinero?
  • Esta Loco, completamente Loco....
  • ¡Ese tipo es un chiflado!

Todos murmuran equivocándose. El cocinero apuntó fallando el tiro. También el mastodonte está en la cocina, acecha. Él no se queda atrás, porque no le teme como el resto que se atemoriza hasta con solo nombrarlo. El dueño dice que un día va a ver una catástrofe. Monstruosa. Una catástrofe de la San Puta, ¡Que ni te cuento!. La concurrencia prosigue en sus conversaciones. Los mozos gritan para no chocarse entre ellos o con las mesas o con la gente misma que a veces se levanta y ¡Oh sorpresa!, se los llevan puestos. El tema de los obstáculos es de gran importancia porque las mesas suelen salir al paso y con sus patas hacer que los hombres tropiecen, sin más, tocando el suelo con sus peras. Las mesas son terribles, tienen una forma concreta de pararse y tomar preponderancia sobre el resto de los concurrentes.

Sinceramente terribles.

Por el vidrio de la puerta que da al lugar donde los manjares se elaboran, puede verse a simple vista un hombre que lidia con algo. Pasa corriendo, pasa acechando, pasa con objeto en la mano....

Las conversaciones entretienen el ambiente que por lo oscuro se cierra en sí mismo. El exterior, la calle es ahí dentro. Cuando todo se apaga más, el último que se va es el cocinero, porque no entiende nada, porque habla rápido (cuando lo hace) porque es demasiado soberbio. Los clientes llegan y piden. Llegan y comen. Llegan y pagan. Luego salen rechonchitos por la puerta, a la Ciudad, a Rivadavia y Larrea. El hombre hace todo velozmente entre papelitos que le caen de diversas direcciones, sólo los lee e interpreta lo mejor que puede las demandas. Huevos fritos con papás, Milanesa con puré, arroz con pollo, ñoquis, guisito de mondongo, y la variedad más resuelta en las preparaciones mefistofélicas. Marchan los platos con sus aromas tan personales, arrastrando las manos del cocinero por donde quieran que vayan. No faltan nunca los pedidos cruzados de pescados, su especialidad, que suelen complicarlo con la entrega a tiempo y hacen que se retrase unos minutos. El dueño dice que un día la catástrofe iluminará el restaurante.

Siempre es el último en salir.

Sus compañeros le dirigen casi nada la palabra. Se rehúsan a aceptarlo como parte del cuerpo que compone la esencia del servicio. Él no les da importancia y solo, puede con todo. Se abraza con su sombra que es y no es cuando esta perdida en el vaho del vapor que emanan las ollas. Suele hablar a solas en los momentos de concentración cuando evoca sus pócimas increíbles. Es ciertisimo. Su arte culinario mantiene al cliente contento. Salvo una vez, memorable vez la noche en que al gordo Cachete casi le ensarta la cuchilla en la cabeza. El tema vino porque se olvidó de no ponerle sal a las papas, sí, simplemente por un tema de salario. El gordo personalmente le dijo:

  • Maestro, las papas son una porquería. ¡Yo le dije al mozo sin sal!
  • ¿Sal?
  • Si maestro, a mi no me cabe la sal, ni un poco.
  • ¿Sal?

- ¡Sí jefe!, deme papas sin sal- Entendible, fue eso lo único que se oyó. El hombrecito le tiró a Cachete la sal en los ojos y lo agarró del cuello metiendolo dentro de la cocina. El gordito empezó a gritar por el ardor, el cocinero lo cazó del pelo y con la cuchilla en la mano estaba por bajarle la caña pero el dueño se le tiró encima y lo sacaron.

“Felino maldito”, se escuchó mientras se alejaba.

Fue directo a la calle pero a la semana lo vuelven a buscar porque así lo querían los clientes.

Es único.

El tiempo le da la comprensión de algunos verbos y todo comienza a aclararse en su estómago de sensaciones. Los sonidos ya no son feroces bramidos o de nervios un manojo, sino que tienen un existente sentido de las cosas. Él esta contento por todo esto. Lo único que siempre lo llega a molestar es el mastodonte rumiante. Por eso tiene el hacha de mano siempre al alcance de su derecha, mano hábil en la cacería que le recuerda la juventud en otras tierras. Y él salía enfurecido al monte para demostrar lo macho que era. El predominio que podía ejercer sobre los demás de la aldea. Cazaba de todo. Aquello que pasara por sus ojos tenía los minutos contados. Ratas, conejos, perros, caballos y jabalís. Aves, las que existieran. Al salir, los animales podían sentir el clamor de su respiración que se agigantaba en el aire, recorriendo cada centímetro del espacio. Enmudecían los insectos y los monos se subían a las copas más altas de los árboles para vistos no ser. En su pueblo, Kang Xian, los hombres y las mujeres sentían un osado respeto por él. Todo cambió cuando el único río se seco. Las cosechas comenzaron a perderse, los jóvenes a irse y eso a él le dolió muy profundamente. Los animales huían hacia otras tierras y era lógico. Él también tuvo que hacerlo aunque le doliese y tuviese que imitar la forma de los cobardes y débiles. Entonces, allí esta, cortando con velocidad extrema la carne, esperando al mastodonte que muestre siquiera las orejas para ensartarlo. Quiere comérselo. El dueño del restaurante dice que se quede tranquilo y cada tanto lo pispea con cierto temor.

La noche juega con las almas

Son más de las dos de la madrugada. Ya no queda nadie. Todos han partido a sus hogares. Contentos. Salvo que él no piensa mucho en eso. Hoy decidido está, ha permanecer dos horas expectante, como un susurrito que de a poco va agrandándose hasta ser un grito adulto. Ve que la puerta y la ventana de la cocina se abren, cierran, abren y cierran. Es por el viento. Vislumbra como entre la apertura y el cierre ambas intentan alcanzarse, como si pretendieran besarse a la luz de sus ojos. Extienden sus extremidades a más no poder, como dos hojas perdidas que se pretenden en un vuelo otoñal. Frota su cara para no dormirse, agazapado espera tras la heladera, después cansado va detrás del horno que aún está caliente y el cual desprende un aroma especial. La nariz cargada de este aroma parece flotar junto a los pollos que día y noche allí son asados. Como una nube espesa se levantan, como fantasmas extraños, sin piel, sin cabeza, corren ciegamente en el aire rarificado. Entonces el brillo de algo diluye la imagen. Algo gigántico que viene lento casi sin moverse, en un movimiento denso. El cocinero toma el hacha y asegura que la cuchilla este en su lugar, en caso de ser el hacha inútil. No ha preparado trampa ni nada por el estilo, esta vez es especial. La lamparita que pende de un cable fino, se mueve de un lado al otro y embruja el alma de la bestia que alza la cabeza, el cocinero la secunda y mira arriba. La lamparita ahora gira, da una vueltita circular muy pequeña. La bestia sigue el juego que hace la bombita y gira, el cocinero vuelve a imitar. Tal vez no sabe por que lo hace, pero no quiere ser rígido con la lamparita que danza sensualmente. Todos la miran. La puerta abandona a la ventana y también se prende en la óptica al igual que los pollos sin cabeza y el horno. Ahora todos giran en la observancia fija de la móvil entidad. Baja la cabeza y el mastodonte feliníaco a escapado.

Suelta el hacha.

Cuando logra dormirse, ya es de día. Sólo dos horas y es devuelto por la cama a su rutina. Al entrar al restaurante el dueño lo mira y murmura que un día la joda va ser grande, y no hay vuelta atrás. “No hay tu tía”... Hoy está tan seguro, hoy va a cazarlo. Hoy se levantó con la sangre en su ojito rasgado y las manos le tiemblan de la emoción. Sabe que la bestia sabe que ambos saben cual es el final. Más rápido que nunca marchan los pedidos aunque a ratos los ojos se le cierran y los mozos lo despiertan, él da un saltito y sigue la cebolla pelando, y aunque a ella le gusta verlo llorar, esta vez no le da el gusto, ella lo mira y le sonríe pero a él no le importa y la ensarta al medio mientras observa la expansión del ácido que despide la feroz verdura. Los manjares caminan tan como siempre. Detenido, mirando como mastican los clientes. Algunos apurados, más lento otros que intercalan con charla, el mastique. Los hay aquellos a los que la comida le supura por la boca y bañan absolutamente todo lo que los rodea. Los trozos de comida disparados por la mesa van sorteando los diversos caminos que deben tomar. Escogen el plato vecino o los vasos y a veces, las camisas que están arremangadas. Al cocinero le produce risa la situación.

Vuelve la noche.

Piensa. Piensa. Los ojos se le caen producto inevitable del sueño que luego se va volando ni bien se despabila un poco. Esta esperando, ahora, que llegó la nocturnidad y puede sentir ese aroma feliníaco tan cerca de la nariz. Esta sentado sobre la mesada, fría, mesada de mármol que le congela la carne. Mueve las piernas hacía delante y atrás como distraído. Las piernas moviéndose solas, separadas del cuerpo, mientras van chocándose con las puertitas de la mesada y pierden impulso. Parece que se duerme pero amaga y amaga esquivando la mano tentadora. El aromita felinesco viene cantando con un susurro llamativo que lo embebe. La lamparita comienza su intermitencia. Prende y apaga, prende. Finalmente puede divisar a lo lejos la figura de la bestia. Las dimensiones extrainimaginables descubren el asombro, “¡La pucha!” hubiese dicho el dueño del restaurante, y seguro habría seguido con “¡Que quilombo!”. Tamaña mole levanta las sombras de los artefactos que escuchan atemorizados los pasos. Sus patas van traccionando contra el piso y las pezuñas terribles retumban en ecos. La respiración de la bestia felimastodontica es agitada, pesada. Él no hace más que mirar las sombras que van y vienen con la lamparita, sólo empuña su grandiosa hacha de mano y espera sentadito. Parece como si dijera “Vení, vení que te hago cagar”, pero sin decirlo prefiere la mudez y no gritar para que no se le vaya, sino corre y huye a su guarida desconocida. Ahí cercando el espacio, lenta y taciturna, pecaminosa y concreta como el arroz con hígado. Están frente a frente, casi los bigotes le acarician la cara. Ni se mueve para no espantarla porque siempre es así, la tiene, la tiene y se escapa. Es realmente colosal mientras danza con su cola una rara melodía. La melodía de la venganza. Abre la boca, en eso se le ocurren todas las travesías que debió pasar por ella, la cantidad de asesinatos que podría haber cometido por su culpa. En fin. Abre más la boca. Extensamente abierta. Los dientes afilados desfilan ante sus ojos y no puede dejar de pensar que es la bestia felimastodontica más grande que vio en su vida de cazador. Que sería un premio perfecto y haría un collar con aquellos dientes, un hermoso collar que todos los días limpiaría con dentífrico y guardaría en una cajita de madera de bambú.

Siempre se cierra la boca.

Un pinchazo le invade la espalda. Adentrado en su carne, cuando lo siente, su visión periférica observa que la lamparita sigue produciendo su intermitencia. El instinto de cazador lleva el hachita de mano al vientre de la bestiota. Un quejidito termina por cerrar las fauces. Ambos se quedan allí. El pobre cocinero empuja, empuja con ganas. La lamparita sigue reproduciendo su letal intermitencia sin explotar ni quemarse. Prende y apaga.

Prende.

N.

martes, 26 de febrero de 2008

Poemas de Alejandro Spiner.

ALTA MAREA

de Alejandro Spiner


Los dos

Sueñan un mar enorme

Que los aleje de esta ciudad enferma

Los dos

Enferman la enormidad

Que los acerca a esta ciudad mareada

Contaminados

Están

Ambos

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TIEMPO AL TIEMPO

de Alejandro Spiner

Años ha:

  1. Los hombres no lloran
  2. No juegan con muñecas
  3. Eso no se dice
  4. No seas grosero

  1. Mirá la pinta que tenés
  2. Sacate eso ya mismo
  3. Cuando los mayores hablan
  4. Los chicos se callan

  1. Nenes con nenes
  2. Nenas con nenas
  3. Para vos azul
  4. Para ellas rosa

  1. Juegos de manos
  2. Son de villanos
  3. La masturbación trae sordera
  4. Locura
  5. Pelos en palmas

  1. Vírgenes al matrimonio
  2. El hombre tiene que ser mayor
  3. Y mantener la casa
  4. Si a los 25 no te casaste
  5. Quedás para vestir santos

  1. No hagas el ridículo
  2. ¿Qué van a decir los vecinos?
  3. No mires
  4. Te trajo una cigüeña de París












    Aún hoy sigue habiendo

    Puros No muy girondianos

    Pero yo:

  1. Lloro seguido
  2. Fui Ken y Barbie
  3. La puta que lo parió
  4. La concha de tu madre

    G) ¿Y si no tienen nada que decir?

    H) ¿Y si tienen mucho que decir?

    K) Me encanta el rosa

    L) Mi novia lo odia

    J) Nenas con nenes

    I) Viceversa

    J2) Lesbianismo al poder

    I2) Cada uno hace de su culo un florero

  1. Salgo a la lleca en pijama

    X) Que soy un ridículo

    W) ¿Qué es ser ridículo?

    E) Me siento cómodo así

    M) y N) Dependen de los juegos

    P) Los locos dicen la verdad

    Q) Entonces soy un chimpancé

    O) ¿Qué?

    Y) Sangre, tetas… tarde

    R) Para eso también es tarde

    S) Mi novia me lleva 20 pirulos

    T) Y está nadando en guita

    U) y V) Tengo 30 y vivo con mis viejos. Y no me importa.

Z) Sí, claro, la semillita del padre… y la concha de la madre.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Sutil

de Fernando Lozano

A las tres semanas arribo. Toco a la puerta tres veces, como siempre. Sin esperar respuesta entro. Me sitúo a centímetros de la orilla del escritorio; me dice: ¿Sufrió la perra, no? Bien hecho, bien hecho. Ahora te tengo otro encargo: esta se llama Claudia Fernández. Es de Caballito. Tomá el teléfono. Lo de siempre, nada en especial... a todo esto, ¿querés un café? Disculpá que no te ofrecí. Con un gesto niego su invitación. Hoy lleva una combinación sutil: tonalidades del azul. Demasiada clase. El pelo luminosamente perfecto acompaña, como siempre, la exquisitez de su vestir. Me quedo mirando hacia el vacío, a la nada que separa este décimo tercer piso con el río. Me dirige nuevamente la palabra: tomá, lo que pactamos... ¿no habrás aumentado, no? Bueno, podés irte. Cualquier otro trabajo me contacto. Deja el sobre arriba del mueble, me acerco, prosigue: esperá, ¿no querés probarme hoy? A ver, desnudate. Mientras enuncia pasa su palma derecha por su torso, sus piernas y la termina reposando en su entrepierna. Miro mi reloj pulsera, bajo la cabeza y le comento que hoy no, que no tengo tiempo. Nos reímos. Acto seguido verifico que mi pelo en forma de cola de caballo esté bien amarrado y tomo el paquete. Me retiro.

El encuentro con Fernández no careció de los síntomas usuales: mientras ella gritaba, yo más le apretaba el cuello; mientras ella pataleaba, yo más le pegaba en las costillas; mientras ella lloraba, yo sonreía; mientras ella moría, yo vivía.

A las dos semanas arribo. Toco a la puerta tres veces, como siempre. Sin esperar respuesta entro. Me sitúo a centímetros de la orilla del escritorio; me dice: ¿Chilló la puta, no? Bien hecho, bien hecho. Ahora te tengo otro trabajo: esta se llama Teresa Giardinni. Es de Flores. Tomá el teléfono. Lo de siempre, nada en especial... disculpá, ¿querés un café? Me olvidé de ofrecerte. Realizo un vaivén con la cabeza, niego su invitación. Hoy viste una combinación señorial: tonalidades del marrón. Demasiada clase. Los labios, finos y cuidados, escoltan, como siempre, la excelencia de su vestir. Me quedo mirando hacia el vacío, calculo mentalmente la distancia desde este piso decimotercero hasta la rompiente del río. Me habla nuevamente: tomá, lo que pactamos... ¿no aumentaste, no? Bueno, podés irte. Cualquier otra cosa, te llamo. Deja el sobre encima del mueble, me acerco, prosigue: esperá, ¿no querés probarme hoy? A ver, desnudate. Mientras dicta pasa de forma sutil su dedo índice izquierdo por los contornos de su torso, estacionándolo finalmente en su cintura, apretando fuertemente la zona. Miro mi reloj pulsera, bajo la cabeza y le digo que hoy no, que no tengo tiempo. Nos reímos. Acto seguido verifico que mi pelo en forma de cola de caballo esté bien amarrado y tomo el paquete. Me retiro.

El encuentro con Giardinni no careció de los síntomas usuales: mientras ella trastabillaba, yo más la empujaba; mientras ella se caía al piso, yo tomaba más fuerzas; mientras ella lloraba, yo sonreía; mientras ella moría, yo vivía.

A la semana arribo. Toco a la puerta tres veces, como siempre. Sin esperar respuesta entro. Me sitúo a centímetros de la orilla del escritorio; me dice: ¿Gritó la yegua, no? Bien hecho, bien hecho. Ahora te tengo otra tarea: esta se llama Mariana Salsi. Es de Floresta. Tomá el teléfono. Lo de siempre, nada en especial... mirá, ¿querés un café? Se me pasó la invitación. Niego su ofrecimiento con un movimiento de cabeza. Hoy su ropa combina maravillosamente: tonalidades de grises. Demasiada clase. Los dientes, perfectamente pulcros, custodian, como siempre, la gallardía de su vestir. Me quedo mirando hacia el vacío, intento dibujar mentalmente una línea diagonal perfecta desde mi espacio hasta el comienzo del muelle. Me dice mientras tanto: tomá, lo que pactamos... ¿no habrás encarecido, no? Bueno, podés irte. Cualquier otra labor me comunico. Deja el sobre sobre del mueble, me acerco, prosigue: esperá, ¿no querés probarme hoy? A ver, desnudate. Mientras habla se me acerca, posando sus ojos directamente en los míos. Miro el reloj, me acerco y le toco de manera sutil sus bigotes, tan bien moldeados. Lo beso. Mientras me quito la ropa, cierra las persianas de la oficina. Toca mis muslos, toco sus partes. Me dice: apoyate contra la biblioteca, queridita. Realizo el movimiento y mientras baja sus pantalones le propino una patada en los genitales que no llega a arrancarle un gemido, ya que le tapo la boca rápidamente con una prenda cercana. Velozmente tomo mi arma, silenciador incluido, y le propino tres balazos, uno por cada pierna y el último en la frente. Me dijo queridita. Acto seguido verifico que mi pelo en forma de cola de caballo esté bien amarrado y tomo el paquete. Me retiro.

viernes, 1 de febrero de 2008

El renacer de Cruce.

Saliendo de un enero sabático, el Grupo Cruce retoma actividades, si bien de momento limitándose al plano virtual de la existencia. Durante febrero está planificada una serie de actualizaciones del blog, que incluirán textos tanto poéticos como narrativos, así como algún posible archivo de sonido y hasta una breve muestra fotográfica.

La primera entrega del año por este medio está a cargo de Nicolás Raúl Correa, que nos entrega uno más de sus cuentos barialles/siderales.

Les deseamos un buen verano, y los esperamos para las próximas actualizaciones.

Noche de sol...

Nicolás Raúl Correa

Él, seguía contando con su cabeza casi pegada al suelo mientras el hedor de los cadáveres se esparcía alrededor del salón principal. Las paredes pintadas de un color grisáceo que a decir verdad, no estaban pintadas sino desteñidas por el tiempo, amedrentaban más la imagen que los embargaba. Podía verse con un esfuerzo muy simple como sus deditos se movían hacia abajo en el conteo numérico, de una forma desesperada. “Cantidades” pensaba, “Cantidades”. Mañanas, tardes y noches lo embriagaban en un cuartel separado del mundo, batallando con furia. Él era un hombre simple, un soldado cotidiano. Bien pegado al suelo. Le gustaba esa tarea. Cuando la mujer llegaba del trabajo lo encontraba así, tirado, con sus “Cantidades”. Al llegar a una cifra determinada, un gesto de alegría se dibujaba en su cara y la mujer que lo miraba detenida era contagiada por la sensación repentina que a él lo golpeaba. Ambos se iban mimetizando en esas sonrisas. La mujer se alejaba un poco como queriendo separarse de esa batalla, como si dijera con el gesto “En esta no te sigo”. Él, permanecía inmutable rematando a sus adversarios, si es que alguno quedaba en pie para luego, registrarlo en su cuaderno de caídos, de tapas blancas, orlado con unas letras doradas. El hombre llevaba la cuenta exacta de los enemigos, pero solo de los que estaban muertos, ya que no tomaba rehenes ni mucho menos. Los aniquilaba.

La cosa continuaba cada día, se renovaba momento a momento. El enemigo era inabarcable e incansable en su constante tarea. “Ataca por todos lados” le explicaba él a ella mientras la miraba desde abajo pronunciando las palabras en un tono muy suave pero no menos rabioso. A veces, cuando más victorioso se sentía, era capaz de amontonar las extremidades de sus enemigos en clases diversas. Eso sucedía, cuando arrasaba y en pie no quedaban más que cuerpos desmembrados. Y esa si que era una tarea engorrosa, levantar los fragmentos de los cuerpos inertes que se regaban por doquier. Si pasaba eso, ella al entrar veía un espeso liquido blanco que se desparramaba por el suelo y a él, cubierto de este liquido. Una capa de humo se levantaba en el comedor y nublaba la vista. Ella preguntaba por qué pasaba esto y él contestaba que eran las almas muertas recientemente del enemigo. A la mujer no le parecía agradable la idea y comenzaba rápidamente a rociar con aromas en aerosol, previamente se persignaba y luego rezaba algunos padrenuestros en voz alta. Se movía rápido para que el olor hediondo no se le pegara al cuerpo. En esos momentos veía al hombre completamente ensoñado en su tarea, con las finas y saladas gotas de sudor que le chorreaban y no entendía como las paredes podían seguir así, manchadas de humedad.

Al principio, dicha conducta le produjo cierta asquerosidad pero con el tiempo, fue acostumbrándose, mientras tanto la humedad oscurecía las paredes con un color gris tempestuoso. Algunas manchas predominaban con fuerza superponiéndose un color más negruzco que el gris habitual y eso a ella le parecía tan cansador como lo era para él la batalla. Muchas veces lo encontraba dormido entre los caídos y el hedor nauseabundo que los envolvía terminaba mareándola. No se agotaba de todo aquello y nadie sabía por qué. Tampoco había una explicación lógica. Cuando comenzó toda aquella lucha, ella vio un destello que en el rostro de él brillaba, lentamente. El brillo de sus ojos no era el mismo sino que ahora lo que fulguraba era otro tipo de luz, con colores más mortecinos y que parecían transmitir algún mal. Primero, fueron unos alpargatazos bien dados en la pieza donde dormían y luego, las rondas nocturnas en el comedor, que era donde se concentraba el enemigo, hasta que finalmente, la completa sumisión a la causa. Día y noche expectante, entre la mesa y las sillas y la heladera. Aguardando el cuchicheo del enemigo en el cercano horizonte.

Llegaba del trabajo, exhausta, pero un cerco de distintos aromas golpeaba su percepción: El olor de los cuerpos pútridos que añejaban, porque no eran eliminados de lo que se asemejaba a un campo de batalla, el olor que procedía de la humanidad del hombre y finalmente, podía distinguir la fragancia que ellos mismos producían en una comunión horrenda. Dicho perfume se impregnaba en todas las cosa que habitaban el lugar y era imposible quitarles tal pestilencia. La mujer solía tropezar con los cuerpos y en ese instante era devuelta a la realidad. Él la miraba con un gesto de desaprobación y enojo pero ella seguía de largo, rumbo a la cocina. Muchas veces intentaba reanimarlo a que deje aquel juego inútil, pero nada conseguía de ello.

  • ¿Por qué no salís a tomar un poquito de aire hoy? Te va a hacer bien, hay muy lindo sol y todavía falta para que oscurezca. En eso, coincido con la tele, que hayan adelantado la hora nos deja un poco más de sol aunque sea una simple excusa para...
  • ¡Cinco mil doscientos setenta y ocho! Hoy las “Cantidades” han sido mucho mayores que ayer. Día a día son más los enemigos.
  • Porque el sol da vida querido y a parte, te va a dar un poco de color en esa cara...
  • Tengo que hacer un pozo para meter los cuerpos...

Las facciones le habían cambiado completamente de un día para otro. Su pelo ahora poseía una rigidez admirable y su cara estaba ensombrecida, aunque en ciertos claros de su cuerpo, se notaba lo blanco de la piel. Cuando la mujer cocinaba, debido al hedor y el ámbito de muerte que diezmaba gran parte de la casa, debía comer en la pieza, que era uno de los lugares menos infectos. Sentada en la cama, comía sin apuros ni atropellos mientras contemplaba los colores del jarrón que estaba sobre la mesita de luz. Un jarrón ribeteado con colores rojizos, que dejaba ver la superficie labrada con unas pequeñas iniciales, en medio del mismo. Su madre lo había obsequiado el día de casamiento y desde entonces, había permanecido en el mismo lugar. Una patina de polvo distinguió, en la lejanía. No tenía flores hacía un tiempo, y esto le produjo una sensación helada que transitó por su espalada. La reliquia, recibía la luz que llegaba desde una lámpara de la calle y atravesaba la ventana. La sombra que formaba el jarrón, de pronto, la sorprendió, se dio cuenta que no era más que una figura, pero una efigie monstruosa que tomaba la forma de una araña. Algo de miedo se apoderó de ella aunque luego deshizo la imagen con otras alucinaciones que decidió forjar y quiso ver un conejo o una paloma o un niño jugando en las costas de una playa de aguas claras.

Dormida olvidó acabar su plato.

Los fideos quedaron por la mitad. La salsa estaba fría y cuando los tocó, palpó la dureza de las pastas que se le pegaban. La luz estaba prendida y en la casa no había ruidos. La puerta seguía cerrada y al parecer todo seguía el curso habitual y acostumbrado. “No todas las mujeres deben pasar por esto, pero me he acostumbrado tan rápido”. Sin embargo, el silencio de la casa era un poco extraño. Como un grito que se hace esperar o la bestia que escondida aguarda, expectante y nosotros sabedores de esa espera, sabemos hacia donde vamos. La casa silenciosa

no decía nada

ni rugía como de costumbre

ni hablaba suspirando con los golpes

alocados de los alpargatazos o martillazos...

Un tic tac tic tac tic tac se alcanzaba a escuchar en la lejanía de los rumores. Tejiéndose en las maderas que crujían o las ollas que aún zumbaban, podía oírse el sonido del reloj. Decidió moverse y fue tímidamente avanzando hacia el comedor y cuando abrió la puerta pudo ver que el hombre yacía arrodillado en el piso, como de costumbre, moviendo los dedos ligeramente (y eso lo supuso pues desde su posición no podía verlo) como si estuviese calculando. Él notó su presencia porque de golpe, detuvo el movimiento.

  • ¡Seis mil seiscientos veintitrés!

Gritó enfurecido. Cuando se dio vuelta la mujer asustada echó un aullido, ya que el rostro del hombre estaba muy perturbado. Los ojos desorbitados y las manos temblorosas. Ella pensó en un instante que quizá se estaría transformando en algún insecto, como el de esa historia famosa, pero se alejó de esa idea, al ver que él volvió a girar su rostro para seguir en la extraña postura.

  • “¡Cantidades!” ¡“¡Cantidades!” “¡Cantidades!”

Gritaba más enfurecido mientras escudriñaba un cuerpecito que parecía deshacerse entre sus manos. Lo examinaba con atención y cuando la mujer se acercó pudo ver como los dedos se impregnaban de ese liquido blanco de color espeso. El enemigo estaba en su poder y a simple vista, dominado. Los montículos extendidos a lo largo del comedor daban una imagen temible a la situación. En algunos sitios se podía vislumbrar los exabruptos del suelo y eran aquellos lugares donde había hecho los pozos, para enterrar los cadáveres.

La mujer volvió a la cama y no volvió a escuchar ruidos.

Dos días después casi era imposible entrar a la casa. Los montículos eran grandes montaña. El color negro del enemigo había transformado el ambiente en un sepulcro. Las fragancias se habían vuelto insoportables hasta quemar cuando entraban por las fosas nasales. El color de las paredes se había vuelto negro. La mesa ya no estaba ni ningún otro objeto que entorpeciera el despliegue del hombre, en cada ataque, y esto asustó a la mujer que creyó conveniente hacer algo al respecto ya que en unos días más, de seguir así la cuestión, se quedarían sin casa. Los cuerpos parecían flotar en el aire y ningún viento corría en el yermo del comedor. En eso escuchó una cifra descomunal de la boca del hombre, ¡los enemigos muertos ascendían a dieciocho mil novecientos treinta y dos! El hombre saltaba alocadamente y canturreaba una cancioncilla, muy bajito. Comenzó a hacer un pozo y aunque ya no quedaba mucho espacio para hacer más pozos, y él lo notó, utilizó el inodoro para deshacerse de los enemigos. Él entendió que cuando este quedase tapado, no quedaría más opción, que utilizar el espacio terrestre del baño, que prontamente se acabaría, también. La mujer, en los momentos que necesitaba hacer sus necesidades, utilizaba una olla vieja y oxidada, que había sido de su abuela paterna. La olla de los fideos. Estaba un poco confundida al tener que usar esta nueva forma de baño, pero seguro se acostumbraría como se había acostumbrado al hombre, al trabajo y a que el sol ilumine hasta casi las diez de la noche.

Mientras se estaba desvistiendo, al quitar su blusa pudo distinguir que su cuerpo se encontraba pálido. Era blanca como la leche, de un color blanco muy profundo, casi del color de la nieve. Sus pechos apenas rozados se erizaron y intimidada se los tapo con las manos como si alguien la estuviera viendo. Al fin y al cabo, tenía sólo unos treinta y tres años. Al sacarse la pollera contempló sus piernas firmes, también blancas como la nieve. La delgadez de sus manos y sus brazos se había acrecentado con el tiempo y sintió pena, aunque estaba bien. Todo estaba bien, muy bien. El silencio de la casa se interrumpía por algunos golpes secos “Esta rematando” pensó. Sentía hambre. Recostó su cabeza en la cama, desnuda, recogida en su propio lomo, esperando que el tibio sol de la noche se fuera yendo. Por la ventana, comenzaba a entrar la luz de la lámpara de la calle, que iluminaba el jarrón. Allí vio la sombra y volvió a asustarse como una niña. La piel se le erizó, el cuello se tensionó como si algo estuviera tomándola, en la espalda los músculos erectos marcaban el camino de su cuerpo joven. Luego imaginó figuras distintas y logró serenidad. Cuando los ojos caían vencidos por el sueño, un nuevo golpe cortaba aquel estado y recordaba que él, debería estar rematando.

El sol estaba muriéndose esa noche y ella sobresaltada despertó. Escuchó algunos chillidos y un zumbido profundo. Su almohada temblaba y creyó estar soñando. Levantó la cabeza y escuchó nuevamente los chillidos in crescendo. Cuando corrió a abrir la puerta del cuarto, enmudeció por completo. Lo que estaba observando no podía ser transmitido por la voz ni ningún otro medio, sintió terror pero no podía moverse. Las piernas desnudas se le congelaron y el cuerpo entero era producto de una electricidad descontrolada. El hombre estaba en medio del comedor, parado, con un martillo en una mano y en la otra, una zapatilla vieja, que era con la que acostumbraba a matar a los enemigos. Sus ropas estaban rasgadas y envejecidas y su pelo poseía restos de cuerpos, por todas partes. El olor del lugar le ató la garganta a la mujer, que luego comenzó a vomitar y a retorcerse. Cayó arrodillada pero él, estaba inmutable ante tamaña mole. El enemigo era, verdaderamente, inimaginable. Sus chillidos ensordecían el universo del hombre y la mujer, que ahora lloraba y era incapaz de moverse. Las montañas comenzaron a caerse y una de estas la cubrió por completo a la mujer. Los gritos se escucharon un rato pero su desnudez quedó enterrada entre los cuerpos descompuestos. El temblor convergía en la misma línea de los gritos horrísonos, y el lugar era un infierno. Las paredes ahora, del color más negro, profundo, el color del enemigo infatigable y eterno. Cuando iniciaron la marcha, el hombre dio unos pasos hacia atrás pero no iba a retroceder mucho más. La pala cayó, entonces él, soltó la zapatilla y tomó esta herramienta, ya que la situación lo ameritaba. Nunca el enemigo había presentado semejante alineación y un ejercito tan variado. Tenían soldados aéreos y terrestres. Vio como se desplegaban por el comedor, que a esa altura era una ciénaga horrenda, un campo de la muerte. Debajo, el suelo comenzó a convulsionarse en un estremecimiento que alteró al hombre. El agua brotó de entre sus pies, pero no era agua común, sino agua de dos tintes; uno negro y otro blancuzco y espumoso. Traía a flote los cuerpos que él había eliminado, y entre sus dedos vio como las extremidades flotaban y se pegaban a su carne. El piso se levantó finalmente, y el hombre cayó, en medio del agua y los cadáveres que pululaban, ahora el enemigo se levantaba también desde el reino marítimo. Él intenta recomponerse pero resbaló, dando un par de veces en el agua. Perdió el martillo y la pala que parecen sumergidos en el agua. El espacio que le quedaba era cada vez menor. Avanzaban hacia él, que era el único culpable de todo aquello. Al dar su espalda contra la pared, sintió como esta crujía, se movió unos pasos y casi frente a frente comenzó a lanzar sus brazos al aire intentando quitarse de encima al enemigo, pero era imposible. Primero flaquearon sus piernas que prontamente empezaron a flaquear y pudo divisar el mar negro que lo esperaba. Al caer de rodillas, tomaron sus brazos y continuaron diezmándolo y entendió que querían apoderarse de él, tenerlo en cautiverio. Idea que desecho cuando sintió un dolor agudo, como millones de agujas clavadas en su cabeza. La sangre bañaba el rostro y ya no movía los brazos. El dolor se extendió hacia el resto del cuerpo que también supuraba por todas partes. Al cabo de unos instantes, había desaparecido. El único registro de su existencia era la mismísima sangre, que se fue diluyendo en el agua corrompida, hasta perderse en la inmensa y extenuante oscuridad.

Ella despertó con los débiles rayos de luz mortecina que producían algo de calor. Su desnudez estaba manchada y vio los cadáveres que se mezclaban con sus crines. El agua brotaba en pequeños hilos desde el suelo y las paredes estaban completamente corroídas aunque un poco de claridad las alcanzaba. Una sensación que no sabía describir la alcanzó.

Él no estaba y pensó que ya se acostumbraría a eso, como se había acostumbrado al resto de las cosas.