PRÓXIMA FUNCIÓN

¡Cruce en Cuarentena!


Por razones de conocimiento público, la escuela a la que íbamos a asistir ha cerrado sus puertas.

Por lo tanto la función queda suspendida... así que quédense en sus casas, abríguense, y tengan miedo a la gripe A, que es lo que está de moda.

jueves, 27 de diciembre de 2007

Feliz año nuevo de parte del Grupo Cruce.

El Grupo Cruce se alegra de dar cierre a este año presentando una nueva actualización, en este caso íntegramente poética del blog.

Junto con los textos, les enviamos los mejores deseos para el año que se nos viene encima, y esperamos que puedan acompañarnos en el segundo paso de esta agrupación de artistas.

Pasen unas agradables fiestas, quemen almanaques viejos, y vayan preparándose para más Cruce.

"Desactualizada", de Juan Manuel Avila.
"Paraguas en la mañana", de Nicolás Raúl Correa.
"Suma", de Nicolás Raúl Correa.

Y para todos aquellos que se van de vacaciones, un poema de alta montaña:

"Lago brilla", de Alejandro Spiner.

Desactualizada

Juan Manuel Avila

Como rozas de un poema

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como adornos bajo el polvo

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entre días que se vuelan

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vos pasás y sin que puedas

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de los días no caerte

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me mirás desde tus ojos

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de infinito rojo sangre

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titilando, como riendo

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entre llantos reseteados

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a la fuerza por mis manos.

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Ya no sos la que antes eras

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te me has vuelto una extraña

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entre ciega y con sordera

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tu respuesta ahora tarda

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y es lejano aquel momento

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en que solo con pensarlo

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ante el click más caprichoso

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tu pupila respondía

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desde el ciego abismo negro

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de circuitos inundado.

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Mientras busco entre cajas

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a mi nueva compañera

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pienso en vos y, sin quererlo

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en memorias y recuerdos

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se me escapan los suspiros

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al saber que hoy es tarde,

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y mañana es promesa

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de un ayer que se ha fugado

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entre sueños de un ocaso

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de colores desteñidos.

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Paraguas en la mañana

Nicolás Raúl Correa

Desenterrando el alma

que ha quedado en la punta de la mágica

pala, que aún recurre

al insomnio del hambre...

A la mágica ensoñación de los diableros

que naufragan nocturneando

el tiempo de los castigos semidivinos...

Castigo Humano

A mi pobre negrito de Sudán...

Al negrito de San Miguel

que codo a codo se abre paso

en las trincheras del sanmartín...

Desenterrando el alma

que se duerme en la madrugada

del piringundin de la estación,

escuchando el estrepitoso latido de las vías...

Frío

Hambre

Soledad y los mormones que pasan y pasan...

¡Decime Cachilo si pensaste Soledad!...

Y la frente oscurecida

por la escarcha de la mañana

que abraza y atenaza sin consuelo,

le abre como un pañuelo las piernas

de seda que aguardan...

¡Decime Cachilo si pensaste Hambre!...

Ce mezcla con los otros de azul,

I también con otros de palas anchas...

O tanto frío para las manos cuarteadas

Necias del sudor y la tierra reseca...

Tierra colorada...

¡Oh tierra inmaculada de semillas

que pronto han de diseminar

la furtiva raíz de los tiempos

más colorados!...

N.

Suma

Nicolás Raúl Correa

Suma aleatorinesca

de pioneria filibusteristica en 1909,

Simio el que lee

que leerá entre Tigre y Ciudad...

Devenga en souvenir de bar

o simplísima ecuación

infantilina...

¡ Y la sumatorinesca Tigredad

que arrasará la palabrología!

1900 1909 Buenos Aires...

La summa aleatorinesca

experimenta una ruina sin edad,

pioneria repeticlusa huidobresca.

¡Que se me algo pega!...

¿Rope (relajada) moco rasleee

Toes is on ol desentien?

Tu brocere godeven ne mafor

estreecu, ¡Animalico!...

1900 1909 invasión Buenos Aires...

La + alitorinesca,

¡Pobreta la!

Itinere in morir ha,

Aplastapizada por colectitren

que sigavanza dejanabandonandola...

¿Qué será que será qué?

2007 mentironica poetinica...

Mentitraicionanza...

La suma alitorinesca,

¡Pobreta la!

N.

Lago brilla

Alejandro Spiner

Piedra sagrada blanca

Sagrada piedra gris

Agua llena mis ojos

Agua llena mis ojos

Agua verde

Piedra blanca

Tiempo.

Miro el agua.

Ojos ojos

Verde agua

Ojos verde

Ojos agua.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Saludos a todos, y muchas gracias

El Grupo Cruce ha celebrado su último encuentro del año el viernes 16 de noviembre en la Facultad de Filosofía y Letras, a pesar de tener que remar contra la corriente edilicia, burocrática y contra un centro de estudiantes que cuando menos debe ser tachado de criminal.

Fue un año arduo, pero productivo para todos nosotros, los integrantes de Cruce. Estamos muy felices por haber podido brindarles nuestros trabajos y haber tenido de parte de ustedes una muy cálida respuesta.

ESTAMOS MUY AGRADECIDOS.

Esperamos verlos en el 2008, que ya nos está empezando a quedar chico, y poder seguir compartiendo esta inmensa alegría con todos ustedes.

Dejamos, a continuación, algunos de los trabajos leídos en el Cuarto Encuentro del Grupo Cruce.


"Peter Pan y el modelo agroexportador", de Juan Manuel Avila.
"Memoria de un barrio que tuvo calles de tierra...", de Nicolás Raúl Correa.
"Encontrar", de Fernando Luis Lozano.

Y como yapa, un cuento más para despedir el año:

"Pompeya o el sitio impensado", de Nicolás Raúl Correa.

Peter Pan y el modelo agroexportador.

Juan Manuel Avila

La siguiente lista de prontuarios fue cortezmente cedida por el Sargento Velasquez, de la comisaría primera del partido de Morón, provincia de Buenos Aires. Desde ya, otorgamos nuestro agradecimiento a este agente de la ley.


Folio 001-532.

Apellido: Charming

Nombre: John, alias El Inglesito.

Sexo: Masculino

Estado actual: Deportado. Presuntamente fallecido.


Entradas por: homicidio en primer grado, agresión a la autoridad, resistencia al arresto, terrorismo.


Descripción:

El joven Charming, inmigrante de origen inglés, llegó al país en 1912, con nueve años, acompañado de su familia para asentarse en el barrio de Nueva Pompeya, Capital Federal.

Su padre, George Darling realizó el traslado de su familia al ser promovido por la empresa ferroviaria en la que estaba empleado. Falleció en 1919, como consecuencia del acto pacificador emprendido por las Autoridades ante los acontecimientos que se dieron en llamar "Semana Trágica".

Luego de la muerte del padre, el masculino John Charming, de 16 años incurrió en una serie de ilícitos y faltas al Orden, apoyando a un grupo anarquista integrado por inmigrantes de su misma calaña.

Inculpado en 1922 por el asesinato de dos oficiales de la ley fue encarcelado, y luego de ser adoctrinado como es debido, se lo deportó al país de origen siguiendo la norma establecida por la Ley 4.144 de Residencia, luego de lo cual se ha perdido el contacto oficial con el individuo.


Archívese el folio, según norma correspondiente.


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Folio 001-533.

Apellido: Charming

Nombre: Michael, alias Miguelito.

Sexo: Masculino

Estado actual: Fallecido.


Entradas por: enriquecimiento ilícito.


Descripción:

Historia familiar detallada en el folio 001-532.

Teniendo seis años al llegar a la Argentina, Michael Charming realizó sus estudios primarios completos, a pesar de los acontecimientos circundantes a su familia. Una vez concluído el primario, el ya llamado Miguelito Charmín desempeñó el trabajo de cadete en la fábrica Motores Argentina. Para quedar en el año 1930 como empleado fijo.

En 1936 se afilió a la organización sindical correspondiente a su rubro, para llegar a ser uno de sus representantes oficiales hacia el año 1946. En este año dio fin a sus actividades obreras para ocuparse en tiempo completo de la representación sindical.

En 1951 se abrió una causa contra él por enriquecimiento ilícito, pero el caso se congeló por falta de evidencias.

En el año 1955 se retiró casualmente de las actividades sindicales, en ingresó en las altas esferas directivas de la empresa de comunicaciones Teléfonos del Estado, posteriormente conocida como ENTel.

Falleció en su domicilio vacacional en Mar del Plata en 1985, por causas naturales.


Archívese el folio, según norma correspondiente.


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Haciendo una pequeña pequeña pausa en la lectura de los prontuarios, les comento que de quien no se menciona nada en los archivos policiales es de la hermana mayor de los Charming, Wendy. No hay entradas, no hay registros, no hay fotos. Es como si nunca hubiera existido.

Wendy Charming padeció tal vez una intensa pero aún así transitoria pena por la muerte de su padre. Tal vez repitió aquellos dolores ante la deportación de John, las acusaciones que cayeron sobre Michael, y la eventual muerte de su madre.

Pero quizás Wendy Charming se sobrepuso a estos dolores, conoció a un jóven ni muy apuesto ni muy desagradable, con quien emprendió un matrimonio ni muy alegre ni muy triste, para tener hijos ni muy brillantes, ni muy estúpidos, para terminar en la cama de un hospital, con una muerte ni muy amena, ni muy dolorosa.

Wendy Charming desapareció sin dejar cicatrices en una ciudad que la atacó desde el primer día en que puso un pié en ella. Se podría decir que a Wendy Charming, la ciudad se la tragó entera, de un bocado.

Pero nos queda aún un último archivo que podría ser relacionado con los casos anteriores:


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Folio 001-534.

Apellido: Pan

Nombre: Pedro, alias Piter.

Sexo: Masculino

Estado actual: Desconocido.


Entradas por: Secuestro y abuso de menores.


Descripción:

El masculino conocido como Pedro Pan, de origen desconocido fue buscado por la policía por los años ’10, ’20 y ’30. Su origen es deconocido, al igual que su certera descripción física. Sufriendo alguna aparente malformación que impedía ver en él el transcurso de los años, el masculino fue descripto por sus víctimas como juvenil, con un tono de voz agudo, tez oscura y cabellos negros.

El modus operandi del criminal constaba del ingreso a la propiedad privada por las ventanas, y la seducción y el engaño a los menores mediante una serie de movimientos estrafalarios que imitaban el vuelo y un modo de desplazamiento físico sobrehumano.

Si bien no se pudo dar con el paradero del sujeto, con la llegada de los años treinta, la ciudad entró en un proceso de modernización que acarreó el mejoramiento de las instalaciones edilicias, con nuevos elementos de seguridad que mejoraron el estilo de vida de los ciudadanos, como los barrotes en las ventanas, y el vayado eléctrico. La consecuencia de esta evolución del modo de vida urbano llevó a la supresión de las acciones de sujetos malformados mentalmente como el criminal Pedro Pan, de quien no se volvió a tener noticias oficiales.

Archívese el folio, según norma correspondiente.


Recorte del diario “La nación”, anexado a la ficha de Pedro Pan:


El pasado 16 de Mayo del corriente año, 1983, la cadena televisiva estadounidense NBC ha deslumbrado al mundo al mostrar el despliegue escénico del músico Michael Jackson, quien asombró a su público con un novedoso paso de baile que cautivó a sus seguidores en el mundo todo.

El nuevo movimiento de baile denominado “Caminata lunar” o “Moonwalk”, consta de una consecución de pasos en los cuales el artista simula flotar sobre el piso y desplazarse hacia atrás.

Estaba seguro de que le iba a gustar a los niños”, declaró el cantante de música popular, quien afirmó haber ensayado previamente sus movimientos ante un público más restringido y cercano.

El actual presidente, General Benito Antonio Bignone Ramayón, declaró estar anonadado ante un acto de tan mal gusto y aseveró: “Es increíble que gente de esa calaña, hablando ese idioma, y escuchando esa música, nos haya ganado la guerra. Viva la patria.”

Memoria de un barrio que tuvo calles de tierra...

Nicolás Raúl Correa

(O postales de una pieza oscura)

“...Ya los mercaderes se han reconocido
como tales, los médicos también
y el desierto como arena
¿Cómo es posible que quieras
salir de este jardín,
para habitar el mundo?...”

Liernauth Stroclard en “Un mundo nuevo”...


Fue en una de esas madrugadas que me levantaba en medio de un ensordinado grito. El gallito cantaba las 4 y un frescor venía levantándose, el calor comenzaba a apretar, mientras más avanzaba el astro lumínico. No sé por qué raro presentimiento me había desvelado. El reloj estaba predispuesto en su horario habitual, las seis. Nunca escuchaba al gallo pero esa madrugada si, esa madrugada me rompía el esquema de ensoñación y justo que estaba en un buen sueño. Justito que me había tocado uno lindo, uno de rosas y otras cosas que no vienen al caso. Pero como decía un amigo de mi padre que vivía en Entre Ríos, en Gualeguay “...Es mejor soñar despierto, porque si Soñas dormido, ¡cada cosa podes soñar!...”
Disentía un poco, yo, de esta opinión o tal vez sería solo mi tosca juventud o la inexperiencia que me embargaba. Eran las cuatro y media cuando me asomé por la ventana para ver pasar a los muchachos que se dirigían hacia las factorías, que existen aunque ya no se hable de ellas. Con sus zapatos de acero y sus pantalones azules, las mochilas pesadas y el cigarro que brillaba en la noche, caminaban como una manada que lentamente iba extendiendo su paso, expulsados de los barrios, de las calles de tierra, de las villas, de los asentamientos. En una pulsación tenue, iban emergiendo los hombres de azul, porque si bien eran menos, no habían desaparecido como algunos afirmaban. Mi padre se levantaba a las 5 y comenzaba su pequeña procesión. Luego comía algo y tomaba la vianda que todas las noches mamá preparaba para que se alimentara en su hora de descanso.
Era de mañana ya cuando salía, yo, y mi madre cerraba la puerta de la casa. Levantaba el brazo a través de la ventana y sonreía un poco. El día también comenzaba para ella. Mientras caminaba por las calles que iban tomando cada vez más calor, que escuchaban los silbidos de los pájaros y los aullidos de las chicharras, molestos aullidos, me preguntaba si siempre que saldría a la mañana sentiría lo mismo. Sentir lo mismo era: Que tenía sueño, que el tiempo pasaba muy despacio, que la noche era más corta que el día. Eran un par de percepciones, simplemente, desparejas, que explotaban en mi cabeza y no podía controlarlas...

Ese día también explotó el 463, camino a la panificadora...

Venía cargado, como es de costumbre, hasta la manija. El colectivo se movía despacio tratando de doblar lo más cautelosamente posible en las curvas, y en las rectas, no pisar demasiado el acelerador. Rugía y parecía que iba a volar en mil pedazos de un momento a otro. Había hombres que colgaban de las puertas pero de algún modo extraño, logré escabullirme hacia el pasillo. El problema surgió cuando en una de las paradas donde más gente se cargaba, el colectivo no frenó. Los que estaban abajo comenzaron a gritar y lo corrieron por unas cuadras, y todos los pasajeros en ese momento veían la peregrinación endemoniada, con cierto temor. Algunos patearon la maquina y otros hasta arrojaron piedras o bolsas de basura, entonces el colectivero aceleró, aceleró y aceleró y cuando doblo en Bolívar para agarrar Bustamante, se olvidó de la loma de burro y la maquina de un salto se desprendió de uno de los pasajeros que pendía del pasamano.
Calló, pero antes rodó un par de metros donde un color rojizo se fue destiñendo a medidas que giraba. Quedó inmóvil en el pasto de una casa muy simpática.
La gente que iba dentro con gritos, alertó al chofer que paro media cuadra más adelante... Un aroma extraño circulaba en la atmósfera.

Olor a Obrero muerto en un jardín de Hurlingham.

No querían moverlo, porque decían que hacía mal. La rueda trasera del colectivo, aprisionaba sus piernas de modo agónico y en una pequeñita pared se veía como la sangre había impactado. Era un hombre de unos treinta. Su cuerpo temblaba un poco y parecía querer revivir. Cuando llegó la policía, encontró mucha gente alrededor, cosa que complico la rutina de salvataje al llegar de los bomberos y la ambulancia. Con el muerto, estaba su amigo de viaje, el cual estableció una charla con el sargento Acuña, que reproduzco mas o menos así:

- Como no llevaba documento, me tiene que decir el nombre y el apellido de la victima, si lo sabe:
Héctor Rebollo, el segundo nombre nunca lo supe.
El estado civil no importa, parece que era casado. Hijos, ¿sabe si tenía?
Creo que tenía una nenita de unos tres años, por ahí.
¿Puede decirnos el teléfono de la casa?
No tengo idea eso señor oficial.
¿Barrio de residencia? ¿Calle? ¿Dirección?
Sé que era de Barrio El destino, pero nada más.
¿Ocupación?
Empleado.
¿Obrero o empleado?
Empleado señor.
Pero tenía pantalón azul y botines de acero.
Sí, pero no era obrero, sino empleado.
Señor, sea más claro, ¿la mayoría de ustedes son obreros o no es así?
Yo soy empleado, que no es lo mismo. Obrero no.

La reproducción es lo más fidedigna posible, casi tal cual fue, quizá algunas cosas corran el riesgo de la corrosión de la memoria, que es posible, ahora. Esa mañana, que nacía, el aroma a Obrero muerto me produjo una sensación nauseabunda. Con el correr de los días la cuestión comenzó a agravarse y no podía quitarme de encima la cara del tipo. Era lo único que me venía a la mente, porque lo demás, seguía de largo. Era una de esas cosas raras de Barrio, que pasan de tanto en tanto, un calvario personal, y fue cuando me di cuenta que no recordaba nada, nada más, sino, las cosas del momento, del muy presente. Un día, hasta había olvidado aquella imagen. La situación empezó a potenciarse con los días. El médico dijo que era joven para tener uno de esos males del olvido. Para contrarrestar el mal, andaba haciendo anotaciones de todas las acciones que realizaba, de las cosas que decía, de lo que estudiaba. Llevaba papeles a todos lados y la gente me miraba cuando anotaba velozmente. Desarrollé un método de notación diario que se dividía en: Promesas, acciones físicas, deudas, fechas importantes, horarios y un pilar de diversas modalidades que llevaban la responsabilidad de ayudarme. Tenía una lista de los nombres de mi familia y cada uno de ellos con una foto de la persona indicada. Trataba de memorizar todo lo que podía, pero era inútil. Demasiado en vano. Sentía como brillaban las cosas en un minuto y luego se apagaban opacamente. Las alegrías eran efímeras y solían durar poco. Había olvidado lo que era despertarse y recordar una alegría que sirviese para el resto del día y que luego se vaya muriendo lentamente hasta que uno se hace a esa alegría y es un pedazo de cotidienaidad. Esa forma de tomar la felicidad era, tal vez, lo que más molestaba. No podía apresarla nunca, porque no tenía una realidad. Por ejemplo: Si me cortaba un dedo, el dolor duraba poco, al rato no recordaba el porqué ni el cómo ni cuándo. Si recibía un regalo, no sabía de quien había venido ni el rostro de esa persona. Algunas veces Don Florencio decía que era una gran virtud vivir de esta forma, que nunca tendría problemas y supongo que era, porque esto, no le pasaba a él.
En poco tiempo me echaron de la panificadora. El motivo era muy simple, había olvidado un cuchillo dentro de la amasadora. En un momento uno de mis compañeros quiso tomar la masa y cuando se abalanzó sobre la maquina, se lo ensartó. El cuchillo se clavo en su brazo derecho.

Así fue...

Lo gracioso se estableció, cuando Amanda, mi novia, que según lo era por las fotos y las pruebas que tenía, dijo que me engañaba, lloré como media hora y eso era demasiado, hasta que luego, creo haberlo olvidado. Mi madre decía que esto se repetía siempre. La muchacha venía con su confesión y yo la olvidaba un rato después. Cuando entendió el mecanismo, en fin... Mi madre dijo la grabaría y allí daría cuenta de lo que sucedía. La secuencia fue decepcionante, y entregó el siguiente resultado:

Bueno, tengo que decírtelo, no puedo seguir más con esto. Me acosté con el verdulero, Ulises. Dos veces, mi Amor...
No te alcanzó con una, atorranta, ¿Por qué lo hiciste? Encima me decís “Mi Amor”...
Es que, no se, se hace difícil estar con vos...

Esa fue una de las declaraciones de Amanda, la otra, siempre producto de las grabaciones y la sagacidad de mi madre, fue esta:

Bueno, Amorcito, tengo que decirte algo que me pasa, que me atormenta y no me deja probar bocado... Te estoy engañando...
¿Con quién? No puede ser, pero ¿cómo?
Es más fuerte que yo...
¿Cuantas veces fueron?
El verdulero no es. Massimo, el gomero. Tiene Swing...

Entonces, en ese momento supe que Amanda me era infiel. La pura comparación había brindado las pruebas suficientes. Pude apresar por unos momentos la realidad constante, con los cambios en simultáneos y no a saltos como venía sucediéndome. Pero lógicamente, no podía vivir así, grabando cada conversación ni saturando la comprensión. Cada tanto, mi madre ponía la cinta. Cuando las olvidaba, las volvía a poner para que recordara el hecho.

Optamos por el brujo del barrio.

El Leandrito. Tipo con facultades se decía. Magia y esas cosas. Cuando llegué, por las fotos que mi madre guardó, estaba lleno de gente. Una cola increíble que iba adentrándose bien metido el Barrio Asunción. En mi anotador había puesto “Curandero, lunes 14 de abril. 14:35 hs.” Por eso no salí corriendo. A parte, mamá me tenía de un brazo y Maria, mi hermana, del otro.
La gente gritaba desde las entrañas de lo que parecía ser una tienda. Gritaban y gemían, según cuenta mi hermana María. Yo solo alcanzo a recordar algunas cosas que luego, con el tiempo, parece que fueron refrescándose por medio de las fotos. El tipo este, Leandrito, bailaba alrededor de mí, moviendo el vientre y produciendo con sus manos un movimiento desquiciado, como el meneíto pero a toda velocidad. Invocaba el favor de raros dioses que jamás había oído. Luego, prendió una vela, y por las fotos, creo, no me gustó mucho. Mi madre dice que salí asustado y el Leandrito me corrió un par de cuadras. Hasta Vergara.
Ellas tuvieron que pagarle.

Lo que siguieron son unos sucesos raros, que según me cuentan, fueron verídicos.

En una mañana del 30 de Junio, salía con rumbo hacia el almacén de Víctor para comprar algunas cosas1 y me olvide de cerrar la puerta. Al querer volver doy cuenta que no llevaba conmigo el anotador donde estaba la ruta para volver a casa. Anduve errando como un vago, apretando la bolsa fuertemente. Cerca de las 12 del mediodía, y por el sol daba cuenta de esto, me senté, y así fue como me encontraron... Casi tres horas después. Desde ese momento pusieron un silbato en mi cuello, para que cuando estuviera perdido, lo hiciera sonar.
El 7 de Julio casi me ahogo con todos los papeles que llevaba al cuello2.
El 14 de agosto fui atropellado por una bicicleta.
El 14 de agosto, por la noche, estaba recuperado, según mis propios anales.

El 21 de septiembre, estaba encerrado en la pieza, a oscuras, y se produjo un hecho más extraño aún de lo que venía aconteciendo...
Mientras estaba tratando de componer la última media de hora de mi vida, entró a la casa un hombre de unos cincuenti largos años, acompañado por mi padre. A saber, golpeó la puerta de mi pieza y ambos, me miraron un largo rato. Papá nos dejó...

Me contó el problema, su padre...
No puedo acordarme, a veces de lo mío, salvo cuando me lo hacen recordar. Usted no entiende que complicado es vivir así... No tiene la menor idea. ¿Sabe cuantas cosas no recuerdo? El olor de una mujer, el olor extasiado de una mujer y la cama. El beso de mi madre, los ojos de mi padre, el pelo de mi hermana. El sexto caso latino. Si no los veo, no los recuerdo. Sólo sé que están. Me recuerdo a mí, porque vivo conmigo. No existe nada más que este momento. Usted jamás quedará sentenciado en la memoria de este hombre con quien habla y eso para algunos, es una suerte de bendición...
No hable de una vez y para siempre. Yo lo puedo ayudar muchacho... Conocí una vez un tipo con un problema parecido, hace tiempo de esto. Pero a la inversa de lo suyo, este recordaba todo. Podía recordar un día entero, cosa que le llevaba un día entero. Si lo piensa, es exactamente lo mismo, al revés. Un viejo principio de polaridad.
¿Usted vino para decirme eso?
No, exactamente no. Verá, en este tiempo me he interesado mucho en el caso. Trabajé mucho en esta idea. A veces arriesgada, porque no hay tantos registros, y se tienen pocas herramientas. Lo único que he conseguido es un documento que testimonia la historia de un árabe del siglo V a.c, el árabe loco, un hechicero perdido que había tenido el problema que padece usted. Olvido total. ¿Sabe lo que hizo? Se fue a morir al desierto porque no soportaba tal existencia. Esto consta en los 365 tomos, según un historiador de algunos siglos más tardes, árabe también, llamado Esnemá Sorerbo. Usted sabe, vivir así, es como vivir en un laberinto.
Puede ser un laberinto del presente. Es como ser un niño con ojos de hombre. Por suerte puedo hablar, ya que todo el día estoy hablando y cantando, tengo miedo de perder el habla. Eso sería lo último. Sabe que duermo cada media hora, si es que puedo. Y cuando me despierto pongo la radio y converso con ella, si ninguno viene aquí, a hablarme.
Puedo imaginar el calvario que debe padecer, pero no puedo ponerme en su lugar. Como le decía, he diseñado una maquina que posiblemente lo ayude a recordar.
¿Y sirve eso?
Nunca ha sido probada. Esa es la gran negativa. Las consecuencias podrían ser catastróficas. La peor de las tragedias: La Muerte.
Usted sabe que esa no es la peor de las tragedias. He intentado muchas veces la Muerte. La invoqué. Soñé mi suerte a manos de ella, pero nunca vino. La soñé bien vivo, a ver si me escuchaba. ¿Cree que tendría miedo de este episodio?
No, seguramente no, pero ¿Estaría dispuesto a efectuar el experimento?
Sí, si volvería ser el mismo de antes.
Eso no lo sé. No se lo puedo asegurar.

El día que trajeron la maquina fue un suplicio, por lo que pude escuchar. Mi padre la cargó en la camioneta y vinieron por Pedro Díaz a los gomasos. Y escuché todo porque mi madre estaba grabando la sesión, ya que el tipo este quería hacerlo, por si salía bien, tener registros del suceso. Parecía un exorcismo. María entraba constantemente para saber si estaba cómodo y para recordarme, para que no olvidara, lo que pasaría momentos, también cometían el mismo gesto la tía Elena y Rómulo, mi primo. Cuando la camioneta llegó, mamá vino a avisarme. La descargaron y posteriormente, la estacionaron en el patio del fondo para tener más espacio. Todos estaban afuera mirándola, quietos, perplejos. La estructura tosca de la maquinaria presuponía ciertas dificultades. El aspecto era alarmante y se elevaba en una forma muy similar a una heladera. Algunos caños de escape se divisaban en sus costados y una antena que no tendría más de un metro. En total, sería de tres de ancho y uno y medio de alto. Al lado de la antena, yacía una budinera que me llamó la atención. La mayor parte de la carrocería del artefacto, estaba teñida de gris, un gris sucio. Una bomba de nafta se veía debajo de la antena y algunas botellas llenas, algunas con un liquido marrón, otras rojo y blanco también. Debajo de la puerta de entrada, había una pedalera con un respectivo asiento de bicicleta. Las fotos, conservan no todos los detalles...

Realmente, casi asombroso...

El tipo llegó un rato más tarde, con una caja de herramientas en la mano. Se aproximó para encenderla y hacer una pequeña prueba. Antes la revisó con cara de preocupación. Cargo una de las botellas con lo que parecía ser agua. La encendió y el cacharrerío que se escuchó, no fue muy alentador. Rugía como un Torino sin caño de escape y se movía para todos lados como si fuese a volar. Desde la pieza podía escucharlo.

Explotaba
Explotaba
Explotaba...

Al salir, mi madre estuvo observándome largo rato. Mi barba se detenía en el pecho. Papá estaba sentado mirando para abajo. María suspiraba cada tanto, queriendo llorar. El primo Rómulo se morfaba las uñas y la tía Elena, chupaba del mate sin parar.

Jefe, y yo ¿qué hago acá?.
Simple. Entra por la puertita, se sienta y espera.
¿Pero qué es lo que hace la porquería esta?
Es un transformador de memoria. Como una memoria nueva, donde te quedará grabado lo que ya tengas memorizado y lo nuevo, lo que vayas adquiriendo.
¿Y de donde sacó la memoria nueva?
Es largo, pero te acordás el tipo que te conté, ese Fúnes, que tenía ese problemita de, digámoslo así, “superabundancia de memoria”, bueno, conseguí cortarle un pedacito de cerebro cuando murió. Después de eso, por medio de un proceso de extracción de liquido capte los módulos de la memoria que se encuentran en el cerebro, y listo. Ponele que fue un poco más largo, pero más o menos fue así...
Ahhh, mira vos... Bueno, ¿puede fallar?
¡Te había dicho que nunca lo había probado!
Listo, listo...

En ese instante tuve que entrar por la puertita y cuando me senté, escuche el llanto de mi madre y que papá la contenía, por la puertita también vi que tía Elena se abrazó a Rómulo y a María. El tipo, que tiempo después supe que era un técnico mecánico, antes de cerrar la puertita me inyectó en la cabeza, con una jeringa grande, a un tubito que descendía de una botella de aceite. Cerró la puertita con fuerza. Adentro había una cámara que grababa todo el episodio. Cuando la encendió, los termómetros enseguida empezaron a calentar. El calor de la máquina hacia crepitar el interior y eso producía que la jeringa me molestase. Comencé a sentir una extraña sensación hasta que escuché un ruido y estruendo posterior. El calor se había vuelto una tortura y vi que afuera todo se agitaba. La cosa comenzó a girar y empecé sentir nauseas. Vomité. Vomité ravioles. Afuera era una imagen difusa. Un termómetro explotó al lado de mi brazo derecho y esto me quemó y recordé como eran las quemaduras. Entonces en ese instante, comprendí que funcionaba. Otro termómetro explotó y me salpicó los vidrios a la cara. Sentí la sangre caliente y recordé el olor mismo a sangre caliente. El calor era fuego ahora y recordé el color del fuego. Recordaba y estaba alegre pero me estaba lastimando el fuego que estaba entrando por el techo y el piso. La jeringa se había soltado y largaba un liquido marrón regándolo por doquier. Cuando la maquina empezó a detenerse vi una cantidad de baldes enormes que se abalanzaban sobre la puertita, el tipo estaba tirado en el suelo y cuando la abrieron lo único que hice, fue desmayarme.

El técnico estaba echado en el suelo, como dije.

Cuando quise reconstruir los anales de mi memoria, retomando papeles viejos y perdidos, una lagrima atravesó el ojo izquierdo. Los efectos de la maquina habían tenido resultado, pero nadie podía explicarlo. Las únicas secuelas fueron las esperables; un hombre muerto y un tuerto con memoria.

N.

Encontrar

Fernando Luis Lozano


Para Agostina, Nicolás y Paola.
Para Pablo “pollo” Taylor.
Para mi padre.
Para quien fue, es y será mi amor.

Pareciera como si los no videntes (más aún los no videntes con problemas de dicción) más allá de esa suerte de sensibilidad extrema en el ejercicio de los cuatro sentidos restantes, tuvieran otra cualidad que los distingue: hallar manuscritos o escritos perdidos de autores nóveles o consagrados que develan universos culturales riquísimos. Este no es nuestro caso y tan sólo por dos motivos: por un lado, somos videntes; por otro lado, tuvimos la dicha de toparnos con un documento valiosísimo. Poco creíble sin dudas, pero hoy podemos decir con certeza que desenterramos la primera copia del afamado cuento The killers o Los asesinos del norteamericano Ernest Hemingway. Por lógicas y sencillas deducciones (un título al tope de la primera página que reza algo así como PRIMERA VEZ QUE ESCRIBO ESTE CUENTO QUE TITULARÉ LOS ASESINOS. FIRMA ERNEST HEMINGWAY. PARÍS 1927) determinamos que estos papeles representan el trabajo primigenio sobre el ya mencionado relato de este gran escritor, Premio Pullitzer de Literatura de 1953 por su novela The old man and the sea o El viejo y el mar.

Luego de numerosas entrevistas tanto presenciales como virtuales con el personal especializado del tesoro de la casa-museo donde nació el autor, con dirección en el 339 dirección Norte de la Oak Park Avenue, Oak Park, Illinois, Estados Unidos de Norteamérica, pudimos corroborar el valor incalculable de estos originales.

Las dos primeras marcas importantes de nuestro hallazgo impactan: Hemingway mantendrá luego en la copia del cuento publicado en 1927 en el libro titulado como Men without women u Hombres sin mujeres la misma línea y/o palabras de la prosa como en las acotaciones a los diálogos. No altera ni siquiera un artículo, mucho menos una coma. Desde estos originales se nota ese andar seco, veloz y, si se nos permite, desinteresado tan propio y celebrado del estadounidense.

Un tercer sello que notamos como importante y que se corresponde con la segunda versión es que el argumento se mantuvo: dos hombres dueños de actitudes amenazantes entran a una cafetería en el pueblo de Summit, intimidan a quienes están presentes y predestinan el futuro asesinato de uno de los personajes. Hemingway deja muchos blancos, ese estilo de escritura que se bautizó como teoría del iceberg: mostrar sólo la porción necesaria y funcional al texto, dejando un sedimento de lectura debajo que representa una manera original de representación de suspenso.

Una cuarta particularidad la vemos en la disposición/descripción de los personajes: funda, traza e inmortaliza desde estos primeros papeles las identidades y los rasgos de los actores. George es el dueño del bar/comedor; Sam, el cocinero negro que ayuda a George; Nick Adams es un habitante del pueblo llamado Summit; Al y Max, los supuestos asesinos; la señora Bell es la encargada de la pensión Hirsch; Ole Andreson es el boxeador profesional escandinavo que supuestamente va a morir.

A pesar de esto, una quinta característica del manuscrito llamó aún más nuestra atención: la crudeza en los diálogos. Si bien es cierto que es permanente el elogio de innumerables críticos y analistas de la literatura por la exactitud y lo preciso de la palabra hablada en sus textos, vale destacar que el anhelo de Hemingway, parece leerse aquí, era representar a la esfera de lo coloquial de manera extrema, marcando así tendencia para el estilo de un futuro no tan cercano. A través de las primeras líneas del escrito intentaremos afirmar nuestra posición. Nos remitiremos, en lo que respecta a prosa y comentarios de diálogos, a la perfecta traducción al castellano llevada a cabo por Damián Alou, para la edición de sus Cuentos, Lumen, 2007. Para los diálogos en sí nos tomamos el atrevimiento de realizar el pasaje de lengua a lengua nosotros mismos. Citamos el principio del texto:

LOS ASESINOS

La puerta de la cafetería Henry´s se abrió y entraron dos hombres. Se sentaron a la barra.
- ¿Qué tul? ¿Qué desean lo caballero? – les preguntó George.
- Todo liso – dijo uno de los hombres – ¿Querés papear Al?
- Ni idea – dijo Al –. No sé qué onda.
Estaba oscureciendo. El alumbrado se encendió al otro lado de la ventana. Los dos hombres sentados en la barra leyeron el menú. Nick Adams los observaba desde la otra punta de la barra. Estaba charlando con George cuando entraron.
- Quiero lechón frío con mucho chimi y puré de papa – dijo el primer hombre que había hablado.
- Te cabió.
- ¿Lo qué?
- Esto es para lastrar de noche – les explicó George –. Falta una hora para eso… onda 6.
George miró el reloj de pared qué había detrás de la barra.
-Son las 5.
- ¿Eh? ¿So gato vo? Las agujas dicen 5 y uno, do, tré… do y cero era… ah, sí, veinte… 5 y 20 – dijo el otro hombre.
- Te volvió a caber… fisuró… adelantá.
- ¡Uh! ¡Re concha! Que se curta el róles – dijo el primero –. ¿Qué hay para papear?
- Sánguches, de lo que venga – dijo George –. Monja y güevo, güevo y mondiola, tapa y mondiola… o un bife.
- Poneme… a ver… ¡ah! ¡jojojo! Tá al revé la carta.
- El menús es pa la noche.
- ¿Lo que me cabe es pa la noche, no? ¿Esa es la historieta, no?
- Puedo mandarles güevo con monja, güevo y monja… sánguches, a ver… san-gu-ches…
- Habilitá güevo con mondiola – dijo el hombre llamado Al. Llevaba un sombrero hongo y un abrigo negro abrochado en el pecho. Tenía la cara pequeña y blanca, y los labios finos. Llevaba una bufanda de seda y guantes.
- De cajón, güevo con mondiola – dijo el otro. Era más o menos de la misma estatura que Al. Eran distintos de cara, pero iban vestidos como gemelos. Los dos llevaban abrigos demasiado ajustados. Se sentaban inclinados hacia delante, con los codos sobre la barra.
- ¿Y para empedarse? – preguntó Al.
- Acá todo legal.
- Dale, guana. ¿Para empedarse?
- Cero secuestro. Acá legal. Le-gal. Estoy rojo como güevo de ciclista, un lorca, mal – dijo el otro –. ¿Qué onda esta parada? ¿Cómo dicen que se llama?
- Summit.
- ¿Lo tenías? – le preguntó Al a su amigo.
- Ni a gancho – dijo el amigo.
- ¿Qué pinta de salida nocturna acá? – preguntó Al.
- Pst, lastran a la noche acá – dijo su amigo –. Nada má. Final.
- Ma vale – dijo George.
- ¿Posta? – le preguntó Al a George.
- De una.
- So pillo vó, ¿no?
- No, manzana. Capá que no – dijo George.
-Pa mí no – dijo el otro hombrecillo –. ¿Qué onda Al?
- Es re siome – dijo Al. Se volvió a Nick –. ¿Y botella guachín?
- Adams.
- Otro cantina – dijo Al –. ¿No es un re atrevido, Max?
- Acá son todos una manga de masca-pitos – dijo Max.


No caben dudas que el ímpetu de las palabras de los personajes rozan lo más vulgar y cotidiano posible. Cortante, frío, fuerte. Sin embargo ésta nuestra demostración no finaliza aquí. Nos interesa citar otro momento de este nuestro hallazgo, el mismo en el que George recomienda al joven Nick Adams adelantarse a la morada de Ole Andreson para comentarle el peligro futuro. Lo importante de este pasaje es notar cómo Hemingway, a pesar de lo comentado por muchísimos biógrafos, poseía ese espíritu norteamericano de imperialismo económico, tan mentado y característico en el Siglo XX y, a su vez, cómo en este escrito deja notar la beta cosmopolita de los orígenes de la nación del norte. Datos para recordar, para hacer clara nuestra exposición, para que puedan seguir la próxima lectura:
  • Puerto Rico es una suerte de colonia de los Estados Unidos de Norteamérica, comenzando su derrotero de vínculos desde mediados del año 1898, cuando Cuba, Filipinas y la misma Puerto Rico pasaron a manos de la administración nórdica, desplazando a la española;
  • La bebida a base de leche y cacao TODDY presenta su pasado en la bebida HOT TODDY, un brebaje de origen escocés en el que se mezcla una bebida alcohólica de las denominadas blancas, líquido caliente (preferentemente agua, café, cacao o té) y una sustancia dulce como la miel o el azúcar;
  • A fines de los años veinte, principios de los treinta, el puertorriqueño Peter Santiago desarrolló la bebida ya mencionada TODDY, construyendo así el imperio de la chocolatada en todo el mundo.
Citamos, pues, el fragmento:

En la calle, la lámpara de arco brillaba a través de las ramas desnudas de un árbol. Nick recorrió la calle junto a los raíles del tranvía, y en la siguiente farola tomó la calle lateral. Tres casas más arriba estaba la pensión de Hirsch. Nick subió los dos peldaños y llamó al timbre. Una mujer apareció en la puerta.
- ¿Ole Andreson?
- ¿Queré verlo?
- Sí, momia paparula.
Nick siguió a la mujer por un tramo de escaleras y hacia el final de un pasillo. Llamó a la puerta.
- ¿Qué queré, bufarra?
- Hay un pancho acá don jefe Andreson – dijo la mujer.
- Soy Nick Adams.
- Pasá.
Nick abrió la puerta y entró en la habitación. Ole Andreson estaba echado en la cama vestido. Había sido boxeador profesional y la cama le quedaba pequeña. Tenía dos almohadones bajo la cabeza. No miró a Nick.
- ¿Cuál es la que hacés? – preguntó.
- Estaba en Heny´s – dijo Nick – y llegaron dos re pulenta, que se amotinaron contra mí y contra el Toddy y dijeron que te iban a encajar.
Sonó estúpido cuando lo contó. Ole Andreson no dijo nada.
- Flashearon y nos refugiaron en la cocina – añadió Nick –. Iban a picotearte, puntearte cuando vayás a morfar.
Ole Andreson miraba la pared y no decía nada.
- A George le iba que te la secuencee.
- Todo liso, mono, pero estoy listo – dijo Ole Andreson.
- Alto identiquís te puedo hacer.
- No bardiés – dijo Ole Andreson. Miraba la pared –. Gracias por boquiarla, sabelo.
- Todo jamón.
Nick miró aquel hombre grande echado en la cama.
- ¿No queré que tire el dato en la gorra?
- No – dijo Ole Andreson –. Es al pedo.
- ¿Lo qué?
- Ya estoy jugado.
- Quizá era un chamuyo, una gilada.
- No. Ni chamuyo ni gilada.
Ole Andreson se puso de lado, cara a la pared.
- La onda – dijo, hablándole a la pared – es que estoy así, corte gil, corte basura. No pude despegar de acá en todo el día.
- ¿Y una alta fuga del pueblo?
- No – dijo Ole Andreson –. Ya fue el yirar de acá pa allá. – Miraba la pared –. Ya cantaron el quiero vale cuatro, guacho.
- ¿Estás en el horno?
- De una. Me re puse y me va a caber. – Hablaba con una voz sin inflexiones –. Ya fue, en un toque hago vereda.
- Yo me las pico con la vagancia, con el George – dijo Nick.
- Que te baile joya – dijo Ole Andreson. No miró a Nick –. Graciela, máquina.


A través de esta cita creemos notar que Hemingway no sólo es un servicial funcionario de los intereses financieros de los Estados Unidos de Norteamérica al hacer referencia a la bebida TODDY, sino que también es un adelantado en el impulso de un producto al mercado, lo que hace que sea un adelantado en la hoy día tan normal relación entre marketing y literatura.

Esperamos con estos fragmentos haber establecido una nueva imagen cierta , segura y verdadera de la figura del norteamericano Premio Nobel de Literatura en el año 1954 que como otras tantas descansan, a su pesar o no, en un sitio demasiado cristalizado.


Pompeya o el sitio impensado...

Nicolás Raúl Correa


“Las guerras son tan diferentes como los soldados que las pelean”...

o

“Los soldados que pelean son tan diferentes como las guerras”...

o

“Las guerras y los soldados son la misma cosa”...


Sin sentido. La frase carece de sentido si se sigue preguntando. Las palabras carecen de sentido si se sigue preguntando. ¿Qué no pierde sentido si se lo interroga demasiado? Entonces, querido lector, tengo el angustioso placer de confesarte un pedazo tan minúsculo de la vida. Sucede que cuando me encuentro en Pompeya, el aroma de los hombres que bajan de los trenes es irrefrenable. Sí, ¿alguna vez lo sentiste querido lector? Es el aroma transpirado y sudoroso que desciende desde los vagones y se mezcla con el olor a chori y el perfume barato de los gatos, que andan como espíritus noctívagos. Pero nadie se asombra. Nadie se deslumbra por todas estas cosas ya. Por eso, tal vez, esta historia tan pequeña como el sabor de las horas viejas que uno pasa rememorando, entre el color negro y carpincho de los pelos bolitas que salen del Kory, crepitantes y descontrolados como perros alzados. Mientras uno avanza con la historia va pateando avenida Sáenz y se va apretujando contra los locales de ropa y las putas que van y vienen, y los que trabajan un poco más lejos y toman un bondi que se perderá en el paisaje de la provincia, por que nadie va, (casi nadie) sino que vienen todos. Recuerdo que de mas pibe iba a patear al Unidos de Pompeya y aún añoro las batallas futbolísticas que se prolongaban por largas horas... Sí, lo sé lector, crees que te describo el barrio, pero no el barrio de ciudad sino el barrio de provincia, y tienes razón si lo percibes, porque Pompeya es más parecido a William Morris, a la provincia y tal vez lo sea. Una continuación o extensión en medio de la capital. Es un elemento rezagado de la urbanización. Un chispazo en la memoria de los viejos que vivieron en colonias, como la de Traful y Cachi y vieron la calesita de Traful y Sáenz, repleta de pendejos que subian y bajaban. Pero yo no recuerdo eso, lo que si perpetuo en estas líneas oscuras como el color de los bolitas, son las noches en que uno tiene que correr alocadamente por una jauría de puesrcoespines o cuando cree haberse levantado una petisa calentona y es un traba encubierto, nada más... ¡Y ahí te quiero ver! Ahí tenes que pelar toda tu ciudad y salir matando para cualquier lado, aunque la aclaración es que no salgas para el puente, porque la canción se repite y no hay tu tía. Es difícil describir el puente que une lo mismo pero con distinto nombre, porque cuando le decís al tachero “hasta el puente Alsina”, te miran y rápido responden “Ahí no voy. Ni empedo voy” Y que digo, aunque digas Sáenz y la Perito Moreno, ya te miran y dicen que no, con el dedito.

Yo ya sé que vivir por ahí es como vivir con un fierro en la cabeza, pero me siento bien así. Viviendo con el fierro bien clavado en el marote, que no se despegue un segundo ni para matarme, que se quede así. Porque si vi calles de tierra y la polvareda levantarse desde el horizonte perdido, también lo vi en los pies repetitivos de los que van y vienen, y de los que se quedan. Porque cuando bajo del 85 que viene de Caballito, en La plata y Sáenz, y me siento un buen rato en la vereda a esperar que alguno de los muchachos (que también viene del laburo), caiga, para dividir algunos tragos, miro la belleza de los cartoneros que desfilan en las colas para subir al tren y los camiones llenos de gente que va y viene hacia diversos puntos, para que cada uno haga su recorrido habitual, de bolsa y tacho. Miro para el lado del puente, atravesando Esquiú, que supura sombras de aquí allá, atravesando Rabanal y Alcorta para chocarme con el puente infinito. Pero no lo subo todavía porque no me dan las piernas ni los ojos. Prefiero contemplar un gigante que no duerme ni descansa, sino que esta de joda constantemente, en una bailanta como el Kory. Esta el gigante, escabiando en la mitad de la estación mientras lo rodean las ratas y las pulgas.

Llega Pedro y es mejor tomarse un café, porque es lunes y no da andar mamado por la calle un día lunes y llegar a tu casa un día lunes, mamado. Después cae Tarántula y cuenta que lo rajaron de vuelta, que no le renovaron el contrato. Pedro le dice que pedimos un café pero el otro quiere un cartón en vaso. Yo sigo con mi cortado de lunes. El Tarántula dice que es el cuarto laburo que pierde en lo que va del año y esta cansando. Que en la villa le dijo un amigo de su hermano que anda pegando, si quería salir de caño. Él prometió pensarlo. Pedro lo mira y se relame el café que le quedó en el labio superior y se nota que el bigote le asoma tímidamente. –Sí- dice – cómo no voy a pensarlo, sería un boludo sino lo pienso-. Lo miro y creo que alguna vez de más pibe también lo había pensado, pero como algo muy remoto, alejado. Pedro sabe, el Tarántula esta dudando y cuando duda, es porque lo va a terminar haciendo. Ellos se conocen de antes, de mucho antes.

  • ¿Vos matarías a un viejo, forro?- dice Pedro.

  • No sé, como voy a saberlo ahora. Si vale la pena...

  • Pero me estas cargando... De laburar en un supermercado, a matar un viejo... Sabes que es lo que me da pena – y me mira a mi- que por panchos como estos, muere cualquiera...

Tarántula se levanta y abre la puerta del Boliguayo.

Sale despacio.


Una semana después, Pedro y yo estamos en el mismo bar, mirándonos las caras y lamiendo el café que queda en nuestros labios superiores. Estoy seguro que él va a decirme lo que ya se. Me convence de eso, su cara, su rostro descompensado. Damos un par de vueltas sobre la cosa, mientras embarullamos con el partido histórico que Arsenal le ganó a River, por penales y encima en el monumental. Pedro se ríe y goza de la situación. Mata el café de un sorbo largo que hace algunos ruidos hacia el final. Yo lo sigo en el acto y nos quedamos sin café. Antes de hablar, presiento que esta por hacerlo, mira por la ventana. Cuando me doy vuelta, ahí están las flores de Sáenz, prolijas, haciendo la calle con serenidad. Las petizas levantan las miradas de todos los transeúntes.

Me señala una con la cabeza y en una mueca diminuta que quiere sonreír me dice que le gusta. No respondo.

  • Le pegaron un tiro en la frente. Pero fue por gil.

  • El pibe no tenía códigos. Vos lo conocías mejor que yo.

  • Es una lastima porque habíamos hecho cada una...

  • Ya esta...


Esas fueron las palabras que coronaron la charla porque antes me había referido la triste muerte de Tarántula. Al parecer entró con el amigo de su hermano en una casa, en Ventura de Vega y Ochoa, donde tenían la data de que había una pareja de viejitos italianos que encanutaban la tarasca. La data fue cualquiera y terminaron metiendose en la pieza de un tranza que sin más ni más, creyó que lo querían reventar y mientras se abanicaba con una boliguaya, le puso un tiro al otro y lo dejó desangrando, pero al tarántula lo dejo mudo, porque el boludo ni siquiera sabía tirar. No estaba en su corazón. Lo habrá interrogado unas tres horas mientras jodía con su cara y se la marcaba toda, se la llenaba de tajos. ¿Qué iba a decir el tarántula? Así es Pompeya, me dijo Pedro. “¿A quién se le ocurre querer robarle a alguien acá?” a lo que respondí que era no tener código.


Pedro se fue y son como las diez y cuarto del miércoles. Me voy para el lado de Sáenz y Caseros. Menos mal que no estoy mamado. Pienso que seguro el espíritu de Tarántula anda merodeando y que todavía debe estar fresquito. Sin dudas, es mejor que olvidemos rápido. Preferible entretenerse con las luces escasas que iluminan el paso de la avenida.


N.

jueves, 25 de octubre de 2007

Cuarto Encuentro del Grupo Cruce

El Grupo Cruce se presenta nuevamente en la Facultad de Filosofía y Letras (Puan 480, bar del subsuelo), el día 16 de noviembre a las 22:00 horas. Como siempre, se presentará un evento interdisciplinario con obras de teatro, canciones, poemas y cuentos atravesados por una temática común que cumplirá el papel de eje de unión a lo largo de la noche. En esta ocación, el eje será: "La muerte de papá".

El evento transcurrirá, como es costumbre, con la invitación de una copa por parte del grupo, y cerrará con la rifa gratuita de libros.

La entrada consta de un alimento no perecedero y el voluntario aporte a la gorra.

Los esperamos a todos.
Grupo Cruce.


Trabajos leídos en el Tercer Encuentro del Grupo Cruce

La noche del 12 de Octubre nos sorprendió con un público de dimensiones considerables, integrado por caras nuevas, así como las ya conocidas. Nuestro agradecimiento por la presencia y la cálida recepción de los trabajos expuestos es ENORME, y para todos aquellos que quieran recordar lo leído en el Tercer Encuentro del Grupo Cruce, así como para los que no pudieron vernos, ponemos a disposición algunas de las obras.

"Yantas", de Juan Manuel Avila.
"Sueños de Máquinas y hombres", de Nicolás Raúl Correa.
"Cartonera", de Fernando Luis Lozano.
"Tiempo al tiempo", de Alejandro Spiner.

Grupo Cruce.

Yantas

Juan Manuel Avila


Los primeros días de convivencia fueron un tanto difíciles. Podríamos decir que tardamos en acostumbrarnos a nuestras presencias, pero no más que lo usual. Mientras les contamos esto, no podríamos decirles a ciencia cierta si nosotras nos adaptamos a él, o si fue él el que se moldeó a nuestra forma. El caso es que eventualmente fuimos mejorando los tratos, para comenzar lo que sería una relación de dependencia de... ¿Cuántos años? ¿Cuatro? ¿Cinco? Qué se yo...

Él era un chico atlético, hiperactivo... tanto que a nosotras nos costaba seguirle el ritmo. Corriendo un colectivo, llegando tarde a algún lugar, escapando de la policía, o de los ladrones. Pura adrenalina.

Realmente era un muchacho excepcional, no sabemos cómo describirlo para que ustedes lo entiendan. Por ahí contándoles una anécdota conseguiríamos acercarlos a su figura... Si tan solo no doliera tanto la memoria. A veces pensamos que esta soledad sería tolerable si por lo menos su recuerdo nos abandonara... Pero sopla el viento, el aire llena nuestros pulmones agujereados y nosotras no tenemos otra opción más que movernos como cuando él nos obligaba a correr.

Como esa noche en Rafael Castillo. ¿Quién sabe las razones de esa caminata nocturna? ¿Él quizás? Lo dudo... quizás lo impulsó algo externo a él, algún grito primigenio de calle que ruega ser caminada, o de error que demanda ser efectuado.

- Dame las yantas. - Le dijo el pendejo. Nosotros la cara ni se la vimos, nunca llegamos a ver las caras. En ese momento estábamos absortas en un espiral de miedo que en cada movimiento circular de apertura nos arrojaba pensamientos como ¿Por qué doblamos justo en esta esquina? ¿A qué se refiere con yantas? ¿Estará solo o tendrá algún cómplice cerca?

Mientras nosotras nos hacíamos estas preguntas aterradas, él permaneció impertérrito. Dijo algo así como:

- Si las querés me las vas a tener que sacar de los pies. - ... Aunque tal vez dijo pieces, o patas... tal vez le estemos poniendo más melodrama a la situación de lo que realmente tuvo.

Sean cuales hayan sido sus palabras, no hizo falta agregar más que un gesto facial, y el pibe que nos había interceptado reanudó su marcha y desapareció a nuestras espaldas. Nuestro defensor nos solicitó con la voz trémula que lo llevemos a su casa. Un cascote apuntado con descuido cayó a unos metros, y la solicitud se volvió voz de mando, y nos atrapó en una de sus pasionales carreras.

Creo que fue esa noche cuando pensamos que algo especial nos unía. Sentíamos el calor de sus manos tirando de nuestros puños de nylon, así como el latir de su sangre bajo nuestra piel de lona. Nos veían correr y ya no sabían si éramos tres, dos, o uno.

Pero nosotras envejecimos rápidamente, mientras él permanecía como atado a la juventud. Comenzamos a mostrar cicatrices, frutos de algunos juegos prohibidos, y nuestra piel se volvió áspera y se manchó por innumerables arrojos de auto sacrificio para garantizar que él permaneciera inmaculado. Dejamos nuestra lozanía en los cordones de las veredas, nuestra belleza en los charcos de lluvia y a nuestra juventud se la llevó para siempre un balde de agua enjabonada que falsamente nos prometía revivir nuestros años mozos.

Sin embargo, y a pesar de todo, a pesar del dolor en las costuras, del desgarro de nuestras manos de nylon y de la decadencia de cada uno de nuestros músculos, permanecíamos felices junto a él. A él, que se entregaba a nuestro abrazo sin miramientos, sin que le importasen los comentarios despectivos, sin dar lugar a la vergüenza o a la envidia. Y entre él y nosotras permanecimos en ese estado de plenitud que solo el contacto con la calidez de la piel del otro puede producir.

Hasta que llegaron las otras.

No nos dejó de ver de inmediato. Al último de los abandonos le antecedieron unos días de piedad, de visitas casi por obligación, de preventiva nostalgia por aquello que se está por no tener nunca más.

Nos echaron de la casa y nosotras, ilusas, pensamos que nos estaban poniendo al sol para secarnos. Pero unas manos anónimas nos subieron a un montón de basura, entre latas, plásticos deformes y papeles amarillentos. Recorrimos los barrios aledaños portando muecas de terror, a medida que íbamos siendo sepultadas debajo de nuevos desechos. Estábamos siendo enterradas vivas, nos estaban robando el sol, y aquellos cartones y latas nos manoseaban a su antojo, sin que nadie se interesara por nuestro sufrimiento y viniera a rescatarnos. Supimos allí que habíamos sido desechadas, que a él ya no le importábamos más, y que nunca jamás volveríamos a sentir la frescura del taco, el perfume de su piel, las caricias del algodón, y las cosquillas del cepillo.

A la noche, mudamos de una pila de basura móvil, a una estática. Con el paso de los días se fue agregando y quitando basura. Llegaba alguien y después de revolver un tiempo, partía con todos los papeles. Otro vendría más tarde para llevarse las latas, y otro escogería los vidrios. Pero nadie me elegía a nosotras. Un cartón agujereado y manchado tenía más cabida en el mundo. Una botella rota era más preciada. A las latas se las trataba con más respeto.

Cierta madrugada, sentimos un contacto áspero, y fuimos elevadas por unos dedos chamuscados de olor agrio. Allí mismo, delante de todos los demás desperdicios que nos miraban con ojos tan vencidos y desesperanzados como los nuestros, nos hizo entrar en un abrazo incestuoso. Habíamos perdido las fuerzas para oponer resistencia hacía mucho tiempo ya. Luego de la humillación carnal, nos llevó casi a las patadas por un par de cuerdas, tomándonos por momentos con sus dedos quemados y lanzándonos por los aires, como intentando perfeccionar su puntería.

Cuando llegó al lugar adecuado, nos tomó con mayor fuerza. Detuvo sus movimientos por unos segundos, en los que creemos que calculó acertadamente la trayectoria del lanzamiento. Nos dio en escupitajo de cortesía, como para que no olvidemos que estábamos siendo exiliadas del mundo terrenal marcadas por la vergüenza, y luego de hacernos girar en su mano una, dos, tres, cuatro veces, nos empujó al vacío vertical.

Llegamos a agarrarnos de acá, de este cable, sin saber muy bien por qué motivo hacerlo. Sentimos dentro nuestro la necesidad primigenia de mantenernos con vida, el acto reflejo de anteponer los brazos ante la caída invertida que nos borraría del plano de la existencia.

Desde entonces permanecemos atentas, expectantes. Enviando señas hacia algunos bultos que parecen humanos, dirigiendo sus pasos erráticos hacia algún sucucho que los hará parecer menos humanos de lo que ya parecen. Sintiendo que con este código del que formamos parte ayudamos a destruir parcialmente este mundo que nos usó y desechó. Este mundo que nos empujó hacia el olvido, en un gesto tan prepotente que olvidó confirmar nuestra muerte. Pero ese gesto le costó caro. Y desde este humilde lugar vigilamos, desde este humilde lugar supervisamos, y más que nada desde este humilde lugar esperamos a que aquél muchacho que nos traicionó después de que nosotras le diésemos los mejores años de nuestras vidas, pase por este callejón, nos vea, entienda el código y vaya a perder el alma en una lata oxidada.

Esa es nuestra venganza. Esa es la retribución que estamos esperando.

Sueños de Máquinas y hombres

Nicolás Raúl Correa

...“Cosas malas tiene la vida
pero ninguna es peor
Que la traición.
Unos matan, otros olvidan
y yo lo canto recordándotelo”...


Pepe se prendió de la bicicleta y le dio por la avenida, hasta el final, antes de llegar a las calles de tierra y adentrarse en los pastizales de las canchas del fondo, miró hacia atrás para ver, ya que la marcha se había tornado un poco dificultosa. La rueda trasera iba un poco desinflada. Bufo y levantándose levemente, inclinó el cuerpo hacia delante como quitando peso al neumático. No sabía cuanto duraría la travesía en ese estado. Tenía que llegar a la casa de Tía Pocha antes de anochecer, y pensando que la zona de pastizales era bastante larga, y que después debía afrontar, inevitablemente, los parajes del cementerio, entendió los peligros que podía conllevar demorarse demasiado. Fue haciendo zigzag a los objetos que le parecían más perniciosos para la rueda. El caballo de metal se inclinaba de un lado al otro, se hamacaba de allá acá, venía e iba. Aunque él le pegaba duro al pedal, no levantaba velocidad y la cosa, tornabase un poco exhaustiva. El sudor recorría la frente estallando en el suelo, sacudido por el movimiento. Cuando entró en las canchas, fue por el centro del arco, para obviar las botellas rotas que yacían en el camino, el vidrio podía empeorar su situación, dejarlo a pie, sin ninguna rara maquinaria para servirse de transporte y lógicamente, todos los objetos que no sirven para simplificarnos, sirven para entorpecernos el andar. Esto lo dedujo sin demasiada dificultad ni una apreciación muy tortuosa. Si debía atravesar caminando aquellos parajes inhóspitos, y encima arrastrando una bicicleta, todo empeoraría. Por eso, apuró la marcha con gran destreza, manipulando el momento repentino en que tal vez la rueda pinchara, esperando una muertecita lenta que lo llevara al punto culminante de sus temores, la Noche.

Por primera vez, en su marcha funesta, pedaleando pesadamente mientras la bicicleta avanzaba, mostrando un desequilibrio importante, miró hacia los costados para encontrarse frente al paisaje idílico del atardecer, sobre los amarillos pastizales que se iban oscureciendo lentamente. No sabía de donde, pero llegaba con la imagen taciturna una pequeña angustia que lo enamoraba. Y como si la bicicleta sintiera aquel Amor angustioso filtrarse por los ojos, parecían adormecerse ambos en un sueño, de maquinas y hombres.

  • ¡Acelerá!
  • ¡No puedo!. No me dan las piernas.
  • ¡Acelerá que nos agarra!
  • ¿Quién?

El vehículo explotó entre los pastizales acelerando su ritmo que crecía irrevocablemente. Se asustó bastante y en el rostro podía traslucirse como crecía la velocidad. Pasaba entre los árboles y el muchacho sin más gritaba, gritaba, gritaba un par de veces, atontado. El paisaje, confundido y mezclado entre el amarillo de los yuyos y el ocaso que moría, cambiaba de tonalidades como un caleidoscopio gigantesco, en eso, la bicicleta comienza a desacelerarse y sus facciones vuelven a la normalidad. Pepe se alejó corriendo unos metros y la miró. Estaba tirada como si nada y de la cubierta trasera manaba un humo negro o mejor dicho, de lo que quedaba de ella. Con una rama en la mano, la tanteaba de lejos, por las dudas, no fuese cosa que reaccionara de un modo inesperado y saliera disparada o algo así. Parecía que el bicho de hierro respiraba con un ritmo lento y quedo, no tenía fuerza para seguir y el muchacho entendió esto. Tiró la rama a un costado y acarició el manubrio deslizando sus dedos flacos. La levantó y cuando cayó en cuentas, allí estaba, cercana a ellos, inmensa y terrible, estructura de oro negro que se erige ante todo. Completud. Extensa figura que como tamaña mole jamás cede, la Noche.

Había oscurecido.

Caminó un poco más y empezó a sentir una fatiga, mezclada con algo de temor. Sólo una. La bicicleta silbaba o tal vez su espíritu lo hacia. Su vieja carrocería que contaba uno de los últimos cuentos, tenía un andar tan cojitranco que él atinaba a mirarla de costado y sentía pena por ella. Para que no se distrajera y se dejara estar, le contaba ciertas aventuras que a él le habían enseñado cuando niño y aún tenía frescas en su memoria. Si cabeceaba, la despertaba con una susurro de cuervito que volando bajo, grazna suavemente un dulce eco. Si intentaba detenerse, estimulaba su voluntad con una arenga. Así caminaron hasta que no pudo verse más nada del simbólico camino, con la niebla que iba esparciéndose como una manta sobre los objetos circundantes. En un momento llegó a no poder distinguir a su compañera y entonces, se detuvo. Ya no sentía el frío manubrio congelarle las amanubriadas manos. Elevó la voz buscándola pero ninguna respuesta se dejó oír. Giró en el lugar pero no dilucidaba nada de lo que llegaba a rodearlo. Anduvo tanteando un par de metros hasta que un silbidito lo sedujo. Más o menos fue siguiendo el continuo silbido que parecía guiarlo. Hasta que calló. Sólo se escuchaban las pisadas de lo que debía ser algún animal, se desesperó un poco y quiso correr. Su lengua quedó trabada para el grito. Caminó en dirección opuesta a la que venía y chocó con una entidad dura y grotesca, inmóvil. La persecución detuvo su cause. Manoteó al aire y palpó un manubrio, es ella. Alegre, recobró algo del ánimo perdido. A lo lejos pudo divisar una luz tenue que cumpliendo la función de faro, para el viajero, aguardaba. Sin demorarse, marchó, cargando a su bicicleta, hacia la luz.

La peregrinación duro algo más de una hora, pero el destino parecía alejarse más y más. En eso, la Noche se había vuelto tan normal que ya no temía. Supuso que la luz hacia la que se dirigían, era de la casilla del sereno. También que su familia debería estar buscándolo, y desesperadamente. Un ruido denso subió desde su estomago y fue sorteando diversos embates hasta llegar en forma de eructo. Hambre y sed. Ganas de llorar. Putear. Pegarle a algo. Tirar la estructura que cargaba hacia un largo rato, al mismísimo demonio. Pero falto pensarlo cuando

  • ¿Qué hace pibe?
  • ¿Eh?
  • Sí, ¿Qué hace pibe? ¿Quién te dio permiso para andar por mis parajes?
  • No, yo, yo...
  • ¡Sí, vos! ¡Intruso! ¡Ah! ¿No me reconoces? Yo soy Satanás gil y vivo acá, este es mi refugio. Ustedes lo conocen como las canchitas del fondo, antes de llegar al cementerio. Yo tengo varias cosas que decirles, sabes... ¡Sí!, varias, y la principal es que me tienen re podrido. Cuántas tardes mientras duermo la siesta, porque por si no lo sabes, laburo de Noche, ahora tengo ese turno, Americano le dicen ¡Me cagan a pelotazos esos caballitos de Dios! ¿Entendes lo que es que te bombardeen con una tango numero cinco, sin descanso? Muchas veces me pregunté cómo se puede ser tan burro pero pocas veces me lo respondí. En fin, ¿Vos qué queres acá... Fama... Me venís a desafiar? Mirá que eso ya fue para mi, ya no va mas conmigo el duelo heroico y romántico y que siempre me toque la misma. Me retiré nene.
  • Señor, estoy perdido...
  • ¡Uuuuu! Sos un viajero perdido entonces. Yo te puedo ayudar, para mí es muy fácil eso porque conozco toda la zona de Abajo Arriba...
  • Voy a lo de la Pocha...
  • Sí, me imaginaba que eras algo de ella, por tu cara, tenés un aire de similitud y sos un poco anacrónico...
  • Si, estoy mucho tiempo con ella...
  • Porque tus papis viven alcoholizados...
  • Bueno...
  • Y si lo ves por ahí, es mejor que chupen todo el día porque si se dan cuenta de la pocilga donde están metidos...
  • Sí, tal vez...
  • Sos un pibe muy lindo, ¿tenés novia?
  • No, yo estudio en...
  • ¡Qué perejil que sos! Bueno, ya vas a tener tiempo...
  • Le hago una pregunta señor Satanás...
  • ¡Si, dale nene! Pero decime Luci...
  • Mi tío en su casa tenía muchos libros y él contaba que a usted lo conocieron muchos escritores importantes que discutían filosóficamente y a veces entablaban amistades importantes o grandes peleas... Él decía que a usted lo rajaron por soberbio y ambicioso y que además cuando mete la cola se pudre todo y...
  • ¡Para! Para un poquito. Lo de los escritores es todo gilada. Yo no conocí a ningún escritor ni hable con ninguno, el que dice eso, miente y vos no le creas. ¡Sabes cuantos comieron con mi nombre pibe! Te puedo nombrar uno solo que ma u meno encaró lindo y era un tanito, pero de esto hace varios años ya, el resto, puro chamuyo. Después, el otro temita es muy largo para contártelo en un par de páginas, aparte no me vas a creer...
  • ¿Y lo de la cola? ¿Y el azufre?
  • Bueno, lo del azufre podes darte cuenta que es otra mentira de las viejas que están al pedo, porque decime, ¿vos sentís olor a azufre?
  • No, no, para nada señor Luci...
  • Viste. El tema de la cola tiene que ver con los cuernos que me pusieron y una cola tan ridícula. Gente mala nene. Me doy lastima a veces... Pero bueno, nada de lagrimas, pongámonos en marcha que me retraso en el horario de visitas y después la otra, la que va de negro vestida, se retrasa y no me garpan las extras a fin de mes.
  • ¡Ahhh!
  • ¡Esta caro vivir! Che, ¿Esa bicicleta te sirve a vos?
  • Si, si, me la regalo mi abuelo y reciencito se me pinchó la rueda...
  • Ah, porque te la iba a pedir, me viene bárbaro para hacer el recorrido...

Siguieron el camino, los tres, hacia la luz que Pepe había divisado de lejos, hacia el cementerio. Cada tanto el muchacho veía como Satanás relojeaba su bicicleta pero al verse descubierto por él, giraba prontamente la cabeza. Anduvieron atravesando yuyos un largo rato y por fin se acercaban a la luz prometida, mientras iban llegando Satanás le dijo...

  • Bueno amiguito, hasta acá te acompaño, el resto es facilongo, seguí el asfalto y listo...
  • ¡Bueno, muchas gracias Don Luci!
  • ¡No hay de que pichón!

Pero cuando terminó de ver como se perdía el mismísimo diablo entre los pastizales, hipnotizado por la imagen, al mirar a su costado Derecho, comprendió que le faltaba la Aurorita que tanto tiempo había cargado. Satanás lo choreo. Lucifer lo estafó. Un par de lagrimas le cayeron y rebotaban en el suelo de lapidas, escondiéndose de la Noche que allí estaba, con él, solos. Lentamente tropezó en el espacio y en el tiempo, el cementerio rugía. Las sombras danzaban de un lado para el otro sin que Pepe pudiera moverse de su lugar, estaba completamente paralizado. No podía pensar qué era peor, si la perdida de su amada Aurorita o encontrarse sólo en ese averno. Algunos pájaros pasaban muy de cerca y graznaban alocadamente como si en ese graznar viajara codificado, un mensaje de muerte. No tenía muchas opciones y debía llegar a lo de Tía Pocha para que se tranquilizaran. En fin, sin más opciones tomó el sendero de asfalto y comenzó a caminar y mientras más se alejaba de la luz, la oscuridad más se le abalanzaba hasta que una nueva lamparita en medio de aquel paisaje horrendo, salía al paso. Iba leyendo las inscripciones de las lápidas y veía nombres y refranes y pequeñas historias que alejaban su perdida. Algunas decían cosas como

Julio Augusto Villagrande,

1958-2007.

“Tu familia te desea un dulce descanso, en el regazo del señor”...

Instantáneamente pensó a que señor se referirían, la frase le pareció algo ambigua y aunque se distrajo un poco, continuo avanzando. Todas las inscripciones decían lo mismo y él pensó que pondría en la tumba de su Aurorita, quizá algo así

Aurorita

1983-1997

“Ojalá que vuelvas conmigo”

Es más, juraba que todas las semanas le cambiaría las flores y turnaría el tipo de rosas para que no se acostumbrara. Avanzó unos metros más y sintió un ruido a sus espaldas, giró y lógicamente, no había nada. Asustado comenzó un trote ya que el ruido volvía a acecharlo, corría detrás de él. Pensó que tal vez era el mismísimo Satanás y se detuvo en el acto.

No era él.

Desmayado, descansó un largo rato hasta que lo encontraron inconsciente, dentro de una tumba, mezclado con huesos y tierra negra.

La luz del día le daba de lleno en el rostro y no sabía que hacía en la cama de su Tía Pocha recostado. Volvía del sueño y el olor a rosas mojadas por el rocío llenaba su nariz. Le dolía la cabeza y no sentía la totalidad de su cuerpo, cuando miró hacia el final de la cama no pudo sacudir las sabanas como de costumbre...

Gritó, y su Tía corrió para ver que necesitaba...

N.