PRÓXIMA FUNCIÓN
Por razones de conocimiento público, la escuela a la que íbamos a asistir ha cerrado sus puertas.
Por lo tanto la función queda suspendida... así que quédense en sus casas, abríguense, y tengan miedo a la gripe A, que es lo que está de moda.
jueves, 25 de octubre de 2007
Cuarto Encuentro del Grupo Cruce
El evento transcurrirá, como es costumbre, con la invitación de una copa por parte del grupo, y cerrará con la rifa gratuita de libros.
La entrada consta de un alimento no perecedero y el voluntario aporte a la gorra.
Los esperamos a todos.
Grupo Cruce.
Trabajos leídos en el Tercer Encuentro del Grupo Cruce
"Yantas", de Juan Manuel Avila.
"Sueños de Máquinas y hombres", de Nicolás Raúl Correa.
"Cartonera", de Fernando Luis Lozano.
"Tiempo al tiempo", de Alejandro Spiner.
Grupo Cruce.
Yantas
Los primeros días de convivencia fueron un tanto difíciles. Podríamos decir que tardamos en acostumbrarnos a nuestras presencias, pero no más que lo usual. Mientras les contamos esto, no podríamos decirles a ciencia cierta si nosotras nos adaptamos a él, o si fue él el que se moldeó a nuestra forma. El caso es que eventualmente fuimos mejorando los tratos, para comenzar lo que sería una relación de dependencia de... ¿Cuántos años? ¿Cuatro? ¿Cinco? Qué se yo...
Él era un chico atlético, hiperactivo... tanto que a nosotras nos costaba seguirle el ritmo. Corriendo un colectivo, llegando tarde a algún lugar, escapando de la policía, o de los ladrones. Pura adrenalina.
Realmente era un muchacho excepcional, no sabemos cómo describirlo para que ustedes lo entiendan. Por ahí contándoles una anécdota conseguiríamos acercarlos a su figura... Si tan solo no doliera tanto la memoria. A veces pensamos que esta soledad sería tolerable si por lo menos su recuerdo nos abandonara... Pero sopla el viento, el aire llena nuestros pulmones agujereados y nosotras no tenemos otra opción más que movernos como cuando él nos obligaba a correr.
Como esa noche en Rafael Castillo. ¿Quién sabe las razones de esa caminata nocturna? ¿Él quizás? Lo dudo... quizás lo impulsó algo externo a él, algún grito primigenio de calle que ruega ser caminada, o de error que demanda ser efectuado.
- Dame las yantas. - Le dijo el pendejo. Nosotros la cara ni se la vimos, nunca llegamos a ver las caras. En ese momento estábamos absortas en un espiral de miedo que en cada movimiento circular de apertura nos arrojaba pensamientos como ¿Por qué doblamos justo en esta esquina? ¿A qué se refiere con yantas? ¿Estará solo o tendrá algún cómplice cerca?
Mientras nosotras nos hacíamos estas preguntas aterradas, él permaneció impertérrito. Dijo algo así como:
- Si las querés me las vas a tener que sacar de los pies. - ... Aunque tal vez dijo pieces, o patas... tal vez le estemos poniendo más melodrama a la situación de lo que realmente tuvo.
Sean cuales hayan sido sus palabras, no hizo falta agregar más que un gesto facial, y el pibe que nos había interceptado reanudó su marcha y desapareció a nuestras espaldas. Nuestro defensor nos solicitó con la voz trémula que lo llevemos a su casa. Un cascote apuntado con descuido cayó a unos metros, y la solicitud se volvió voz de mando, y nos atrapó en una de sus pasionales carreras.
Creo que fue esa noche cuando pensamos que algo especial nos unía. Sentíamos el calor de sus manos tirando de nuestros puños de nylon, así como el latir de su sangre bajo nuestra piel de lona. Nos veían correr y ya no sabían si éramos tres, dos, o uno.
Pero nosotras envejecimos rápidamente, mientras él permanecía como atado a la juventud. Comenzamos a mostrar cicatrices, frutos de algunos juegos prohibidos, y nuestra piel se volvió áspera y se manchó por innumerables arrojos de auto sacrificio para garantizar que él permaneciera inmaculado. Dejamos nuestra lozanía en los cordones de las veredas, nuestra belleza en los charcos de lluvia y a nuestra juventud se la llevó para siempre un balde de agua enjabonada que falsamente nos prometía revivir nuestros años mozos.
Sin embargo, y a pesar de todo, a pesar del dolor en las costuras, del desgarro de nuestras manos de nylon y de la decadencia de cada uno de nuestros músculos, permanecíamos felices junto a él. A él, que se entregaba a nuestro abrazo sin miramientos, sin que le importasen los comentarios despectivos, sin dar lugar a la vergüenza o a la envidia. Y entre él y nosotras permanecimos en ese estado de plenitud que solo el contacto con la calidez de la piel del otro puede producir.
Hasta que llegaron las otras.
No nos dejó de ver de inmediato. Al último de los abandonos le antecedieron unos días de piedad, de visitas casi por obligación, de preventiva nostalgia por aquello que se está por no tener nunca más.
Nos echaron de la casa y nosotras, ilusas, pensamos que nos estaban poniendo al sol para secarnos. Pero unas manos anónimas nos subieron a un montón de basura, entre latas, plásticos deformes y papeles amarillentos. Recorrimos los barrios aledaños portando muecas de terror, a medida que íbamos siendo sepultadas debajo de nuevos desechos. Estábamos siendo enterradas vivas, nos estaban robando el sol, y aquellos cartones y latas nos manoseaban a su antojo, sin que nadie se interesara por nuestro sufrimiento y viniera a rescatarnos. Supimos allí que habíamos sido desechadas, que a él ya no le importábamos más, y que nunca jamás volveríamos a sentir la frescura del taco, el perfume de su piel, las caricias del algodón, y las cosquillas del cepillo.
A la noche, mudamos de una pila de basura móvil, a una estática. Con el paso de los días se fue agregando y quitando basura. Llegaba alguien y después de revolver un tiempo, partía con todos los papeles. Otro vendría más tarde para llevarse las latas, y otro escogería los vidrios. Pero nadie me elegía a nosotras. Un cartón agujereado y manchado tenía más cabida en el mundo. Una botella rota era más preciada. A las latas se las trataba con más respeto.
Cierta madrugada, sentimos un contacto áspero, y fuimos elevadas por unos dedos chamuscados de olor agrio. Allí mismo, delante de todos los demás desperdicios que nos miraban con ojos tan vencidos y desesperanzados como los nuestros, nos hizo entrar en un abrazo incestuoso. Habíamos perdido las fuerzas para oponer resistencia hacía mucho tiempo ya. Luego de la humillación carnal, nos llevó casi a las patadas por un par de cuerdas, tomándonos por momentos con sus dedos quemados y lanzándonos por los aires, como intentando perfeccionar su puntería.
Cuando llegó al lugar adecuado, nos tomó con mayor fuerza. Detuvo sus movimientos por unos segundos, en los que creemos que calculó acertadamente la trayectoria del lanzamiento. Nos dio en escupitajo de cortesía, como para que no olvidemos que estábamos siendo exiliadas del mundo terrenal marcadas por la vergüenza, y luego de hacernos girar en su mano una, dos, tres, cuatro veces, nos empujó al vacío vertical.
Llegamos a agarrarnos de acá, de este cable, sin saber muy bien por qué motivo hacerlo. Sentimos dentro nuestro la necesidad primigenia de mantenernos con vida, el acto reflejo de anteponer los brazos ante la caída invertida que nos borraría del plano de la existencia.
Desde entonces permanecemos atentas, expectantes. Enviando señas hacia algunos bultos que parecen humanos, dirigiendo sus pasos erráticos hacia algún sucucho que los hará parecer menos humanos de lo que ya parecen. Sintiendo que con este código del que formamos parte ayudamos a destruir parcialmente este mundo que nos usó y desechó. Este mundo que nos empujó hacia el olvido, en un gesto tan prepotente que olvidó confirmar nuestra muerte. Pero ese gesto le costó caro. Y desde este humilde lugar vigilamos, desde este humilde lugar supervisamos, y más que nada desde este humilde lugar esperamos a que aquél muchacho que nos traicionó después de que nosotras le diésemos los mejores años de nuestras vidas, pase por este callejón, nos vea, entienda el código y vaya a perder el alma en una lata oxidada.
Esa es nuestra venganza. Esa es la retribución que estamos esperando.
Sueños de Máquinas y hombres
...“Cosas malas tiene la vida
pero ninguna es peor
Que la traición.
Unos matan, otros olvidan
y yo lo canto recordándotelo”...
Pepe se prendió de la bicicleta y le dio por la avenida, hasta el final, antes de llegar a las calles de tierra y adentrarse en los pastizales de las canchas del fondo, miró hacia atrás para ver, ya que la marcha se había tornado un poco dificultosa. La rueda trasera iba un poco desinflada. Bufo y levantándose levemente, inclinó el cuerpo hacia delante como quitando peso al neumático. No sabía cuanto duraría la travesía en ese estado. Tenía que llegar a la casa de Tía Pocha antes de anochecer, y pensando que la zona de pastizales era bastante larga, y que después debía afrontar, inevitablemente, los parajes del cementerio, entendió los peligros que podía conllevar demorarse demasiado. Fue haciendo zigzag a los objetos que le parecían más perniciosos para la rueda. El caballo de metal se inclinaba de un lado al otro, se hamacaba de allá acá, venía e iba. Aunque él le pegaba duro al pedal, no levantaba velocidad y la cosa, tornabase un poco exhaustiva. El sudor recorría la frente estallando en el suelo, sacudido por el movimiento. Cuando entró en las canchas, fue por el centro del arco, para obviar las botellas rotas que yacían en el camino, el vidrio podía empeorar su situación, dejarlo a pie, sin ninguna rara maquinaria para servirse de transporte y lógicamente, todos los objetos que no sirven para simplificarnos, sirven para entorpecernos el andar. Esto lo dedujo sin demasiada dificultad ni una apreciación muy tortuosa. Si debía atravesar caminando aquellos parajes inhóspitos, y encima arrastrando una bicicleta, todo empeoraría. Por eso, apuró la marcha con gran destreza, manipulando el momento repentino en que tal vez la rueda pinchara, esperando una muertecita lenta que lo llevara al punto culminante de sus temores, la Noche.
Por primera vez, en su marcha funesta, pedaleando pesadamente mientras la bicicleta avanzaba, mostrando un desequilibrio importante, miró hacia los costados para encontrarse frente al paisaje idílico del atardecer, sobre los amarillos pastizales que se iban oscureciendo lentamente. No sabía de donde, pero llegaba con la imagen taciturna una pequeña angustia que lo enamoraba. Y como si la bicicleta sintiera aquel Amor angustioso filtrarse por los ojos, parecían adormecerse ambos en un sueño, de maquinas y hombres.
- ¡Acelerá!
- ¡No puedo!. No me dan las piernas.
- ¡Acelerá que nos agarra!
- ¿Quién?
El vehículo explotó entre los pastizales acelerando su ritmo que crecía irrevocablemente. Se asustó bastante y en el rostro podía traslucirse como crecía la velocidad. Pasaba entre los árboles y el muchacho sin más gritaba, gritaba, gritaba un par de veces, atontado. El paisaje, confundido y mezclado entre el amarillo de los yuyos y el ocaso que moría, cambiaba de tonalidades como un caleidoscopio gigantesco, en eso, la bicicleta comienza a desacelerarse y sus facciones vuelven a la normalidad. Pepe se alejó corriendo unos metros y la miró. Estaba tirada como si nada y de la cubierta trasera manaba un humo negro o mejor dicho, de lo que quedaba de ella. Con una rama en la mano, la tanteaba de lejos, por las dudas, no fuese cosa que reaccionara de un modo inesperado y saliera disparada o algo así. Parecía que el bicho de hierro respiraba con un ritmo lento y quedo, no tenía fuerza para seguir y el muchacho entendió esto. Tiró la rama a un costado y acarició el manubrio deslizando sus dedos flacos. La levantó y cuando cayó en cuentas, allí estaba, cercana a ellos, inmensa y terrible, estructura de oro negro que se erige ante todo. Completud. Extensa figura que como tamaña mole jamás cede, la Noche.
Había oscurecido.
Caminó un poco más y empezó a sentir una fatiga, mezclada con algo de temor. Sólo una. La bicicleta silbaba o tal vez su espíritu lo hacia. Su vieja carrocería que contaba uno de los últimos cuentos, tenía un andar tan cojitranco que él atinaba a mirarla de costado y sentía pena por ella. Para que no se distrajera y se dejara estar, le contaba ciertas aventuras que a él le habían enseñado cuando niño y aún tenía frescas en su memoria. Si cabeceaba, la despertaba con una susurro de cuervito que volando bajo, grazna suavemente un dulce eco. Si intentaba detenerse, estimulaba su voluntad con una arenga. Así caminaron hasta que no pudo verse más nada del simbólico camino, con la niebla que iba esparciéndose como una manta sobre los objetos circundantes. En un momento llegó a no poder distinguir a su compañera y entonces, se detuvo. Ya no sentía el frío manubrio congelarle las amanubriadas manos. Elevó la voz buscándola pero ninguna respuesta se dejó oír. Giró en el lugar pero no dilucidaba nada de lo que llegaba a rodearlo. Anduvo tanteando un par de metros hasta que un silbidito lo sedujo. Más o menos fue siguiendo el continuo silbido que parecía guiarlo. Hasta que calló. Sólo se escuchaban las pisadas de lo que debía ser algún animal, se desesperó un poco y quiso correr. Su lengua quedó trabada para el grito. Caminó en dirección opuesta a la que venía y chocó con una entidad dura y grotesca, inmóvil. La persecución detuvo su cause. Manoteó al aire y palpó un manubrio, es ella. Alegre, recobró algo del ánimo perdido. A lo lejos pudo divisar una luz tenue que cumpliendo la función de faro, para el viajero, aguardaba. Sin demorarse, marchó, cargando a su bicicleta, hacia la luz.
La peregrinación duro algo más de una hora, pero el destino parecía alejarse más y más. En eso, la Noche se había vuelto tan normal que ya no temía. Supuso que la luz hacia la que se dirigían, era de la casilla del sereno. También que su familia debería estar buscándolo, y desesperadamente. Un ruido denso subió desde su estomago y fue sorteando diversos embates hasta llegar en forma de eructo. Hambre y sed. Ganas de llorar. Putear. Pegarle a algo. Tirar la estructura que cargaba hacia un largo rato, al mismísimo demonio. Pero falto pensarlo cuando
- ¿Qué hace pibe?
- ¿Eh?
- Sí, ¿Qué hace pibe? ¿Quién te dio permiso para andar por mis parajes?
- No, yo, yo...
- ¡Sí, vos! ¡Intruso! ¡Ah! ¿No me reconoces? Yo soy Satanás gil y vivo acá, este es mi refugio. Ustedes lo conocen como las canchitas del fondo, antes de llegar al cementerio. Yo tengo varias cosas que decirles, sabes... ¡Sí!, varias, y la principal es que me tienen re podrido. Cuántas tardes mientras duermo la siesta, porque por si no lo sabes, laburo de Noche, ahora tengo ese turno, Americano le dicen ¡Me cagan a pelotazos esos caballitos de Dios! ¿Entendes lo que es que te bombardeen con una tango numero cinco, sin descanso? Muchas veces me pregunté cómo se puede ser tan burro pero pocas veces me lo respondí. En fin, ¿Vos qué queres acá... Fama... Me venís a desafiar? Mirá que eso ya fue para mi, ya no va mas conmigo el duelo heroico y romántico y que siempre me toque la misma. Me retiré nene.
- Señor, estoy perdido...
- ¡Uuuuu! Sos un viajero perdido entonces. Yo te puedo ayudar, para mí es muy fácil eso porque conozco toda la zona de Abajo Arriba...
- Voy a lo de la Pocha...
- Sí, me imaginaba que eras algo de ella, por tu cara, tenés un aire de similitud y sos un poco anacrónico...
- Si, estoy mucho tiempo con ella...
- Porque tus papis viven alcoholizados...
- Bueno...
- Y si lo ves por ahí, es mejor que chupen todo el día porque si se dan cuenta de la pocilga donde están metidos...
- Sí, tal vez...
- Sos un pibe muy lindo, ¿tenés novia?
- No, yo estudio en...
- ¡Qué perejil que sos! Bueno, ya vas a tener tiempo...
- Le hago una pregunta señor Satanás...
- ¡Si, dale nene! Pero decime Luci...
- Mi tío en su casa tenía muchos libros y él contaba que a usted lo conocieron muchos escritores importantes que discutían filosóficamente y a veces entablaban amistades importantes o grandes peleas... Él decía que a usted lo rajaron por soberbio y ambicioso y que además cuando mete la cola se pudre todo y...
- ¡Para! Para un poquito. Lo de los escritores es todo gilada. Yo no conocí a ningún escritor ni hable con ninguno, el que dice eso, miente y vos no le creas. ¡Sabes cuantos comieron con mi nombre pibe! Te puedo nombrar uno solo que ma u meno encaró lindo y era un tanito, pero de esto hace varios años ya, el resto, puro chamuyo. Después, el otro temita es muy largo para contártelo en un par de páginas, aparte no me vas a creer...
- ¿Y lo de la cola? ¿Y el azufre?
- Bueno, lo del azufre podes darte cuenta que es otra mentira de las viejas que están al pedo, porque decime, ¿vos sentís olor a azufre?
- No, no, para nada señor Luci...
- Viste. El tema de la cola tiene que ver con los cuernos que me pusieron y una cola tan ridícula. Gente mala nene. Me doy lastima a veces... Pero bueno, nada de lagrimas, pongámonos en marcha que me retraso en el horario de visitas y después la otra, la que va de negro vestida, se retrasa y no me garpan las extras a fin de mes.
- ¡Ahhh!
- ¡Esta caro vivir! Che, ¿Esa bicicleta te sirve a vos?
- Si, si, me la regalo mi abuelo y reciencito se me pinchó la rueda...
- Ah, porque te la iba a pedir, me viene bárbaro para hacer el recorrido...
Siguieron el camino, los tres, hacia la luz que Pepe había divisado de lejos, hacia el cementerio. Cada tanto el muchacho veía como Satanás relojeaba su bicicleta pero al verse descubierto por él, giraba prontamente la cabeza. Anduvieron atravesando yuyos un largo rato y por fin se acercaban a la luz prometida, mientras iban llegando Satanás le dijo...
- Bueno amiguito, hasta acá te acompaño, el resto es facilongo, seguí el asfalto y listo...
- ¡Bueno, muchas gracias Don Luci!
- ¡No hay de que pichón!
Pero cuando terminó de ver como se perdía el mismísimo diablo entre los pastizales, hipnotizado por la imagen, al mirar a su costado Derecho, comprendió que le faltaba la Aurorita que tanto tiempo había cargado. Satanás lo choreo. Lucifer lo estafó. Un par de lagrimas le cayeron y rebotaban en el suelo de lapidas, escondiéndose de la Noche que allí estaba, con él, solos. Lentamente tropezó en el espacio y en el tiempo, el cementerio rugía. Las sombras danzaban de un lado para el otro sin que Pepe pudiera moverse de su lugar, estaba completamente paralizado. No podía pensar qué era peor, si la perdida de su amada Aurorita o encontrarse sólo en ese averno. Algunos pájaros pasaban muy de cerca y graznaban alocadamente como si en ese graznar viajara codificado, un mensaje de muerte. No tenía muchas opciones y debía llegar a lo de Tía Pocha para que se tranquilizaran. En fin, sin más opciones tomó el sendero de asfalto y comenzó a caminar y mientras más se alejaba de la luz, la oscuridad más se le abalanzaba hasta que una nueva lamparita en medio de aquel paisaje horrendo, salía al paso. Iba leyendo las inscripciones de las lápidas y veía nombres y refranes y pequeñas historias que alejaban su perdida. Algunas decían cosas como
Julio Augusto Villagrande,
1958-2007.
“Tu familia te desea un dulce descanso, en el regazo del señor”...
Instantáneamente pensó a que señor se referirían, la frase le pareció algo ambigua y aunque se distrajo un poco, continuo avanzando. Todas las inscripciones decían lo mismo y él pensó que pondría en la tumba de su Aurorita, quizá algo así
Aurorita
1983-1997
“Ojalá que vuelvas conmigo”
Es más, juraba que todas las semanas le cambiaría las flores y turnaría el tipo de rosas para que no se acostumbrara. Avanzó unos metros más y sintió un ruido a sus espaldas, giró y lógicamente, no había nada. Asustado comenzó un trote ya que el ruido volvía a acecharlo, corría detrás de él. Pensó que tal vez era el mismísimo Satanás y se detuvo en el acto.
No era él.
Desmayado, descansó un largo rato hasta que lo encontraron inconsciente, dentro de una tumba, mezclado con huesos y tierra negra.
La luz del día le daba de lleno en el rostro y no sabía que hacía en la cama de su Tía Pocha recostado. Volvía del sueño y el olor a rosas mojadas por el rocío llenaba su nariz. Le dolía la cabeza y no sentía la totalidad de su cuerpo, cuando miró hacia el final de la cama no pudo sacudir las sabanas como de costumbre...
Gritó, y su Tía corrió para ver que necesitaba...
N.
Cartonera
Hola, espero que estés bien, o esté, o estén, o estemos. Es lo mismo. Hola nuevamente. Soy una caja de cartón. Sí, simple, una caja de cartón. Pero no tan simple: en mi interior llevo vino blanco bien pero bien dulce. Sabroso. Una exquisitez para el paladar de los jóvenes, los mayores, los humildes y los poderosos. Porque estudié la situación. Me pude dar cuenta de todo. No es tan simétrica la relación vino caro – bolsillo repleto. Más de un parroquiano acaudalado consume lo espiritual de nuestro interior, dejando de lado a las presumidas botellas verdes, transparentes o amarillentas, en su defecto. ¡Ja, ja, ja! ¡Me río de todas! ¡Ja, ja, ja! ¡Cómo me río! ¡Ja, ja, ja! ¡Boludas! ¡Ja, ja, ja! ¡Soberbias!
¿Cómo puedo saber todo esto? Bueno, la suerte, el destino. Eusebio, el hijo mayor de don Hugo, dueño de este almacén, mi morada, al acomodarme junto a mis compañeras, me dejó un tanto desplazada hacia la izquierda de la fila. O sea, no hay dudas que miro la espalda a la compañera que tengo delante, pero estos centímetros de ventaja me dan una vista panorámica excelente.
Pobre Eusebio. Sí, en realidad pobre pibe. No es culpa de él ser tan pelotudo. Sí, repito: pe-lo-tu-do. Por lo poco que vi y escuché, mucha de la culpa la tiene éste don Hugo. Flor de hijo de puta. Al morir la madre, Eusebio limpia, cocina, lava, plancha, atiende el negocio, cobra, acomoda, barre, descarga, todo, todo, todo. Todo lo hace para los siete. Porque son siete machos. ¡Siete! ¡Siete! ¡Siete! De menor a mayor: los ya mencionados basura don Hugo y el zonzo de Eusebio; luego le sigue René con quince añitos, una princesita sin admitirlo públicamente; Carlos con doce, que se la pasa leyendo cualquier cosa que pase por sus manos; Santiago con diez, un enfermo de la pelota; Sergio de siete, que corre y corre detrás de las gallinas; Guillermo de dos, todavía no habla.
Entonces, por gracia y desgracia de Eusebio veo todo. Entre otras cosas: la mentira de los supuestos económicos; cómo se gasta el jean de don Hugo a la altura de la entrepierna de tanto rascarse las pelotas; lo sumiso que es Eusebio; los chichoneos y roces pélvicos entre René y el empleado de correos; los ires y venires de las páginas que manipula Carlos; los golazos a la nada de Santiago; las medias bajas y las remeras transpiradas de Sergio; los pañales llenos de mierda que con mucho gusto me muestra Guillermo.
Pero hay algo que debo rescatar de Eusebio: tiene buen gusto para las mujeres. Sé que le atrae mucho, mucho, mucho doña Clelia. ¡Un infierno esa mujer! ¡Una de esas rubias que dejan estúpido a cualquiera! Porque, acepto mi condición: soy una caja de cartón de vino blanco bien pero bien dulce, patriota y lesbiana, qué mierda. Me encanta Clelia, me despierta unos deseos bárbaros de ser lo que no soy, de hacer lo que no hago. Es divina. Tan, cómo decirlo, erótica. Siempre viste de pollera hasta las rodillas, tacos altos y unas transparencias a la altura del pecho que mejor ni les cuento. Confieso algo más, aunque me de vergüenza: me encanta que venga tempranito porque con lo fresco que está el almacén al no haber sido atacado todavía por el duro sol de la tarde, las pezones se le ponen duritos. ¡Me vuelvo loca!
Por eso Eusebio más que bronca me da lástima. ¿Se entiende? Porque es como, a ver... es como... un pajero. Sí, eso: un pajero. Pero crónico. Y toda la culpa la tiene el padre. Pobrecito, está tan recluido en sí mismo que no puede ni expresar sus más profundos apetitos. Sabe que doña Clelia está recién separada, totalmente sola, sin una compañía que la acaricie, que la abrace, que la... ¡ay!, mejor no sigo que me enfermo. Él nunca me traiciona. Siempre que viene Clelia la demora preguntándole por el tiempo, la hacienda, el auto, el valor de las divisas, los programas radiales. Cualquier excusa es buena para poder apreciarla. Y la aprecia. La apreciamos. Porque me parece que Eusebio sabe que tanto él como yo nos deleitamos el camino de vuelta al auto de doña Clelia. Ese movimiento perfectamente sincronizado de arriba para debajo de sus nalgas marcadas en la pollera. Tengo una fe ciega en Eusebio: sabe que Clelia consume la bodega que auspicio, así que, en la primera oportunidad, va a dejar que sus manos me alcen y me abra sutilmente con una tijera bien afilada y me exprima hasta la última gota. ¡Por favor, me merezco un trato así!
Bueno, mucha charla pero nada de acción. Hoy esto está vacío. Solamente se acercó el empleado de correos a comprar un paquete de galletitas dulces y Santiago salió volando al campito. Nada más. Qué tristeza. A ver... ¡epa! ¡Doña Clelia! ¡Pero qué casualidad, justo usted! ¿Cómo está? No me escucha, ya sé, pero bueno, me encanta pensar el diálogo con semejante mujer. ¡Upalalá! ¿Lleva salamín hoy? Pero, ¡muy bien! Picado grueso, más exclusivo. Sí, zoncita, está estacionado... muy estacionado, durito, durito, durito. ¡Me vuelvo loca! Epa, ¿y ese? ¡Ah, ya sé! ¿Qué hacés pibe? ¿Seguís mamándote a pesar de tener doce años? Bueno, bueno, bueno. ¿En qué estaba? Ah, sí. Bueno, Clelia, escuchame... ¿la puedo tutear? Bueno, mejor así. Escuchame, un cuartito de queso con ese salamín sería perfecto. ¿No? ¿Mejor un vinito? ¿Qué? ¡Sí, mi vida, sí! ¡Un vinito! No zoncita, no es regla acompañar el salame con vino tinto... claro que no. ¡Sí, claro, un rico vino blanco bien pero bien dulce va perfecto! ¿Y vos qué mirás pibe? ¿Qué señalás a mi fila? ¿También querés vino? ¿Y blanco? ¿Y dulce? Bueno... pero... ¡Esperen! ¡Me baja! ¡Eusebio me baja! ¡Claro, estoy segunda en la fila! ¡Con amor Eusebio y no me cagués! Claro Clelia, mi vida, no aumenté mi precio, siempre económico y rico, bien rico. Pibe, ¿qué mirás? Ojito, mirá que sos menor. ¿En qué estábamos Clelia? Ah, sí, claro: llevame en el asiento delantero, no me alejes de vos, por favor. ¡Este Eusebio y sus cosas! ¡Jajaja! No Eusebio, a la bolsa no… dejame ver un poquito más... bueno, está bien… sólo por hoy… ¡jajaja!
¡No me lleves de las orejitas de la bolsa, mi vida, Clelia, que quiero sentir tus caricias! Bueno, está bien, no te discuto más y me callo hasta que me liberes...
Qué raro, fue corto el camino... bueno, por lo menos ya me quitás esta pared plástica lisa que no me deja verte mi vida. ¡Ah! ¡Al fin, luz! ¡Hola, señora Clel…! ¡No! ¡Maldigo a todas las uvas de este mundo, a todas, todas, todas! ¿Qué hacés pibe? ¡Sacá esas manos de acá, atorrante! ¡Ay, no, por favor, no me merezco esto! ¡No, nene, no! ¡Ay! ¡Duele! Con los dientes no se a… ¡ay! ¡Con los dientes no, mocoso! ¿No se te ocurrió una tijera? ¡Ay! ¡No! ¡Duele! Jovencito, escuche: no me abra así que si no… ¡qué destino el mío, por favor!
Tiempo al tiempo
Alejandro Spiner
Años ha:
- Los hombres no lloran
- No juegan con muñecas
- Eso no se dice
- No seas grosero
- Mirá la pinta que tenés
- Sacate eso ya mismo
- Cuando los mayores hablan
- Los chicos se callan
- Nenes con nenes
- Nenas con nenas
- Para vos azul
- Para ellas rosa
- Juegos de manos
- Son de villanos
- La masturbación trae sordera
- Locura
- Pelos en palmas
- Vírgenes al matrimonio
- El hombre tiene que ser mayor
- Y mantener la casa
- Si a los 25 no te casaste
- Quedás para vestir santos
- No hagas el ridículo
- ¿Qué van a decir los vecinos?
- No mires
- Te trajo una cigüeña de París
Aún hoy sigue habiendo
Puros No muy girondianos
Pero yo:
A. Lloro seguido
B. Fui Ken y Barbie
C. La puta que lo parió
D.La concha de tu madre
G. ¿Y si no tienen nada que decir?
H. ¿Y si tienen mucho que decir?
K. Me encanta el rosa
L. Mi novia lo odia
J. Nenas con nenes
I. Viceversa
J2. Lesbianismo al poder
I2. Cada uno hace de su culo un florero
F. Salgo a la lleca en pijama
X. Que soy un ridículo
W. ¿Qué es ser ridículo?
E. Me siento cómodo así
M. y N. Dependen de los juegos
P. Los locos dicen la verdad
Q. Entonces soy un chimpancé
O. ¿Qué?
Y. Sangre, tetas… tarde
R. Para eso también es tarde
S. Mi novia me lleva 20 pirulos
T. Y está nadando en guita
U. y V. Tengo 30 y vivo con mis viejos. Y no me importa.
Z. Sí, claro, la semillita del padre… y la concha de la madre.
martes, 2 de octubre de 2007
Tercer Encuentro del Grupo Cruce (Caballito)
Los esperamos para compartir la variedad de nuestra propuesta artística, en la que se presentan correspondencias entre distintas disciplinas bajo un mismo eje temático.
Recibimos a modo de entrada un alimento no perecedero.
Los esperamos,
Grupo Cruce.