PRÓXIMA FUNCIÓN

¡Cruce en Cuarentena!


Por razones de conocimiento público, la escuela a la que íbamos a asistir ha cerrado sus puertas.

Por lo tanto la función queda suspendida... así que quédense en sus casas, abríguense, y tengan miedo a la gripe A, que es lo que está de moda.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Pompeya o el sitio impensado...

Nicolás Raúl Correa


“Las guerras son tan diferentes como los soldados que las pelean”...

o

“Los soldados que pelean son tan diferentes como las guerras”...

o

“Las guerras y los soldados son la misma cosa”...


Sin sentido. La frase carece de sentido si se sigue preguntando. Las palabras carecen de sentido si se sigue preguntando. ¿Qué no pierde sentido si se lo interroga demasiado? Entonces, querido lector, tengo el angustioso placer de confesarte un pedazo tan minúsculo de la vida. Sucede que cuando me encuentro en Pompeya, el aroma de los hombres que bajan de los trenes es irrefrenable. Sí, ¿alguna vez lo sentiste querido lector? Es el aroma transpirado y sudoroso que desciende desde los vagones y se mezcla con el olor a chori y el perfume barato de los gatos, que andan como espíritus noctívagos. Pero nadie se asombra. Nadie se deslumbra por todas estas cosas ya. Por eso, tal vez, esta historia tan pequeña como el sabor de las horas viejas que uno pasa rememorando, entre el color negro y carpincho de los pelos bolitas que salen del Kory, crepitantes y descontrolados como perros alzados. Mientras uno avanza con la historia va pateando avenida Sáenz y se va apretujando contra los locales de ropa y las putas que van y vienen, y los que trabajan un poco más lejos y toman un bondi que se perderá en el paisaje de la provincia, por que nadie va, (casi nadie) sino que vienen todos. Recuerdo que de mas pibe iba a patear al Unidos de Pompeya y aún añoro las batallas futbolísticas que se prolongaban por largas horas... Sí, lo sé lector, crees que te describo el barrio, pero no el barrio de ciudad sino el barrio de provincia, y tienes razón si lo percibes, porque Pompeya es más parecido a William Morris, a la provincia y tal vez lo sea. Una continuación o extensión en medio de la capital. Es un elemento rezagado de la urbanización. Un chispazo en la memoria de los viejos que vivieron en colonias, como la de Traful y Cachi y vieron la calesita de Traful y Sáenz, repleta de pendejos que subian y bajaban. Pero yo no recuerdo eso, lo que si perpetuo en estas líneas oscuras como el color de los bolitas, son las noches en que uno tiene que correr alocadamente por una jauría de puesrcoespines o cuando cree haberse levantado una petisa calentona y es un traba encubierto, nada más... ¡Y ahí te quiero ver! Ahí tenes que pelar toda tu ciudad y salir matando para cualquier lado, aunque la aclaración es que no salgas para el puente, porque la canción se repite y no hay tu tía. Es difícil describir el puente que une lo mismo pero con distinto nombre, porque cuando le decís al tachero “hasta el puente Alsina”, te miran y rápido responden “Ahí no voy. Ni empedo voy” Y que digo, aunque digas Sáenz y la Perito Moreno, ya te miran y dicen que no, con el dedito.

Yo ya sé que vivir por ahí es como vivir con un fierro en la cabeza, pero me siento bien así. Viviendo con el fierro bien clavado en el marote, que no se despegue un segundo ni para matarme, que se quede así. Porque si vi calles de tierra y la polvareda levantarse desde el horizonte perdido, también lo vi en los pies repetitivos de los que van y vienen, y de los que se quedan. Porque cuando bajo del 85 que viene de Caballito, en La plata y Sáenz, y me siento un buen rato en la vereda a esperar que alguno de los muchachos (que también viene del laburo), caiga, para dividir algunos tragos, miro la belleza de los cartoneros que desfilan en las colas para subir al tren y los camiones llenos de gente que va y viene hacia diversos puntos, para que cada uno haga su recorrido habitual, de bolsa y tacho. Miro para el lado del puente, atravesando Esquiú, que supura sombras de aquí allá, atravesando Rabanal y Alcorta para chocarme con el puente infinito. Pero no lo subo todavía porque no me dan las piernas ni los ojos. Prefiero contemplar un gigante que no duerme ni descansa, sino que esta de joda constantemente, en una bailanta como el Kory. Esta el gigante, escabiando en la mitad de la estación mientras lo rodean las ratas y las pulgas.

Llega Pedro y es mejor tomarse un café, porque es lunes y no da andar mamado por la calle un día lunes y llegar a tu casa un día lunes, mamado. Después cae Tarántula y cuenta que lo rajaron de vuelta, que no le renovaron el contrato. Pedro le dice que pedimos un café pero el otro quiere un cartón en vaso. Yo sigo con mi cortado de lunes. El Tarántula dice que es el cuarto laburo que pierde en lo que va del año y esta cansando. Que en la villa le dijo un amigo de su hermano que anda pegando, si quería salir de caño. Él prometió pensarlo. Pedro lo mira y se relame el café que le quedó en el labio superior y se nota que el bigote le asoma tímidamente. –Sí- dice – cómo no voy a pensarlo, sería un boludo sino lo pienso-. Lo miro y creo que alguna vez de más pibe también lo había pensado, pero como algo muy remoto, alejado. Pedro sabe, el Tarántula esta dudando y cuando duda, es porque lo va a terminar haciendo. Ellos se conocen de antes, de mucho antes.

  • ¿Vos matarías a un viejo, forro?- dice Pedro.

  • No sé, como voy a saberlo ahora. Si vale la pena...

  • Pero me estas cargando... De laburar en un supermercado, a matar un viejo... Sabes que es lo que me da pena – y me mira a mi- que por panchos como estos, muere cualquiera...

Tarántula se levanta y abre la puerta del Boliguayo.

Sale despacio.


Una semana después, Pedro y yo estamos en el mismo bar, mirándonos las caras y lamiendo el café que queda en nuestros labios superiores. Estoy seguro que él va a decirme lo que ya se. Me convence de eso, su cara, su rostro descompensado. Damos un par de vueltas sobre la cosa, mientras embarullamos con el partido histórico que Arsenal le ganó a River, por penales y encima en el monumental. Pedro se ríe y goza de la situación. Mata el café de un sorbo largo que hace algunos ruidos hacia el final. Yo lo sigo en el acto y nos quedamos sin café. Antes de hablar, presiento que esta por hacerlo, mira por la ventana. Cuando me doy vuelta, ahí están las flores de Sáenz, prolijas, haciendo la calle con serenidad. Las petizas levantan las miradas de todos los transeúntes.

Me señala una con la cabeza y en una mueca diminuta que quiere sonreír me dice que le gusta. No respondo.

  • Le pegaron un tiro en la frente. Pero fue por gil.

  • El pibe no tenía códigos. Vos lo conocías mejor que yo.

  • Es una lastima porque habíamos hecho cada una...

  • Ya esta...


Esas fueron las palabras que coronaron la charla porque antes me había referido la triste muerte de Tarántula. Al parecer entró con el amigo de su hermano en una casa, en Ventura de Vega y Ochoa, donde tenían la data de que había una pareja de viejitos italianos que encanutaban la tarasca. La data fue cualquiera y terminaron metiendose en la pieza de un tranza que sin más ni más, creyó que lo querían reventar y mientras se abanicaba con una boliguaya, le puso un tiro al otro y lo dejó desangrando, pero al tarántula lo dejo mudo, porque el boludo ni siquiera sabía tirar. No estaba en su corazón. Lo habrá interrogado unas tres horas mientras jodía con su cara y se la marcaba toda, se la llenaba de tajos. ¿Qué iba a decir el tarántula? Así es Pompeya, me dijo Pedro. “¿A quién se le ocurre querer robarle a alguien acá?” a lo que respondí que era no tener código.


Pedro se fue y son como las diez y cuarto del miércoles. Me voy para el lado de Sáenz y Caseros. Menos mal que no estoy mamado. Pienso que seguro el espíritu de Tarántula anda merodeando y que todavía debe estar fresquito. Sin dudas, es mejor que olvidemos rápido. Preferible entretenerse con las luces escasas que iluminan el paso de la avenida.


N.

No hay comentarios.: