Apunte sobre el segundo libro de Nicolás Correa
Por Marina Secchi
Engranajes de sangre es una pulida maquinaria con la precisión de un artefacto propio de la industria nacional en su momento de esplendor.
Siete simientes organizan este sistema sencillo pero abundante en detalles que se tornan el núcleo de cada narración y, al no ser revelados, permanece en un estado de implosión. Los personajes se encuentran amordazados para decir o pensar ciertas temáticas personales, vergüenzas que se destacan por resaltar rasgos de dignidad humana sumamente alejados de la realidad urbanizada.
Relatos marcados por algunos acontecimientos históricos como guerras o cacerolazos, y no muchas más pistas. Son, después de todo, cuentos sin tiempo. Propios de algún tipo de metafísica que se encuentra en la mirada fija, clavada en el horizonte de la llanura pampeana.
Sin embargo, existe en esta constelación con tracción a sangre cierta continuidad. Algunos personajes parecen repetirse en un momento de infancia y luego de adultez. Elementos como el mate, el barro, el polvo o el temblor físico por cansancio y agotamiento existencial, bombean el ritmo específico del clima que propone el autor; Crudo, desolador, criminal, de a momentos grotesco y de una comicidad negra, vengativo, misterioso, pero nunca victorioso, nunca definitivo. La trampa de la vida cotidiana y la carga del pasado envuelven a los protagonistas que giran, tómbolas entre estos engranajes, dejando enganchados pedazos de sus vidas, en el precepto transmitido generacionalmente, una línea larga y persistente que no dobla ni retrocede.
Es el destino, es la tragedia y su carácter irreversible perpetuándose a través de los años y los escenarios lo que insta a pensar que tal vez el carácter universal con sello nacional de estas historias, esté contando también la de cada lector.
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