Se acostó sintiendo el calor de una cama ya ocupada. Ella lo había esperado hasta tarde, pero él se demoró incluso más de lo acostumbrado. No por placer, no señor. Nada más lejano. Para él, el placer estaba como borrado, como detrás del vidrio de un espejo por el que veía su vida pasada.
¡Por placer!, haceme el favor… la calle es un infierno, no hay placer en el infierno. No hay placer buscando el mango, no hay placer manejando un taxi… no es como en las películas. Nadie viene y te cuenta una historia interesante, nadie garcha en el asiento de atrás… ningún famoso se sube a un 405… eso… eso es todo Hollywood, todo sueños.
Un infierno, la calle es un infierno… pero ahora ya está, ahora ya está acostado, sintiendo la tela se una sábana que comienza por serle áspera, pero a medida que su cuerpo se calienta, se vuelve más suave. Teme tocar el cuerpo de ella, por lo menos hasta que el suyo entre en calor. Los doctores te cuentan cada historia, ¿viste? Que tiene que dormir de costado, que tiene que dormir boca arriba, que tiene que dormir haciendo la vertical… todo con tal de que no se le ahogue el feto.
Ella se ve feliz al otro extremo de la cama. Distante, piensa él, pero feliz. ¿Y cómo no va a estar feliz? Si está acompañada todo el día. Todo el día está con el otro, mientras él está solo como un perro, en una lata negra como la noche y amarilla como un vómito. Ya hasta tuvo que girar el espejo retrovisor porque estaba cansado de ver la cara de odio de la gente con la mirada clavada en el reloj, despreciándolo cada vez más por cada centavo que aumentaba la tarifa. Solo, como un perro. En una cama de dos. Transformada en una cama para tres. Haceme el favor…
Se acercó despacio, tratando de envolver esa enorme cintura. Y no pudo. Estaba más grande que nunca. Iba a reventar esa mujer. El crío la estaba inflando, estaba ocupando más lugar de lo que le correspondía, no era justo. A penas llegó a palpar el ombligo de su mujer, como empujado de adentro hacia afuera. Se imaginaba el dedo mayor del feto presionado contra la barriga, haciéndole fuck you mientras el feto le decía: ¡Sacá la mano gordo, tu mujer es mía, nunca más va a ser tuya!
Y mientras apoyaba la mano sobre el ombligo, trataba de sentir esa burla del feto, el insulto del otro.
Ahí fue cuando lo sintió por primera vez. ¿Una patada? O.K., dio una patada ¿Y eso era la gran cosa? ¿Por eso hacía tanto escándalo su suegra, y gritaba tan emocionada su cuñada? ¿Tanto revuelo por eso? Dio una patada, movió un pié, denle un diploma al bicho este. Él arriba del 405 tenía que mover el pié para acelerar. Mover el pié para frenar. Mover el pié para mandar los cambios. Primera después del semáforo; segunda a un par de metros; tercera si iba por el medio de Rivadavia, que a la noche estaba bastante vacía; freno y punto muerto si lo agarraba algún semáforo con camarita. Así durante toda la noche, todas las noches. Y ahí no tenía a su suegra para que lo felicite. No tenía a su cuñada para que se emocione. Ahí, a lo sumo, tenía un pasajero que lo miraba con odio, haceme el favor…
Ahí lo tenés de vuelta, otra patada. Bueno, si tanto patea, no debe ser tan difícil, no es ninguna proeza, no merece tanto festejo cada vez que se le canta moverse. Como ahora, que parece que se está dando vueltas por toda la panza.
Y de hecho así era, su mano captaba el movimiento por debajo de la piel, y por momentos le parecía reconocer hasta la forma del feto. Ahí tenés una pierna, ahí un brazo… ahí otro brazo… ahí la cabeza. Se movía mucho, y cada vez más rápido. Sin quitar la mano del vientre de su mujer, apoyó el codo en la almohada, elevó el torso y al observar la guarida del feto no pudo evitar elevar las cejas y dejar caer su mandíbula en una mueca de espanto.
Retiró la mano tan rápido como pudo, mientras observaba que el vientre se sacudía de un lado a otro, y contra las paredes de carne se marcaban claramente un pie, o una mano, o la espalda del feto. La piel de su mujer se estiraba a más no poder, marcando estrías por toda la barriga, atravesada por intensas venas azules. El feto se estiraba, y se estiraba, y se estiraba, y ya se notaba que el domo de carne no le era suficiente.
De golpe, todo cesó. La panza volvió a su forma habitual, las estrías desaparecieron y las venas se fundieron en el color canela de la piel de su mujer. ¿Lo había soñado?, pensó él. Tal vez la noche en el 405 le había pegado fuerte. Alcohol seguro que no era, porque desde aquella vez lo pararon y le hicieron el test ese y le sacaron al licencia, él no había vuelto a tomar mientras manejaba. Así que si, efectivamente debió haber sido un sueño, una pesadilla.
¿Tanto odiaba a ese feto? ¿Tal desprecio sentía por él, que lo había soñado como una bestia feroz y alienígena? Reconoció por un momento que no era justo de su parte ser tan hosco con su propia descendencia, con su propia sangre, y en su rostro se delineó una leve sonrisa, mientras las cejas se distendían y relajaban en un gesto de ternura. Decidió dar una última caricia a esa pancita antes de entregarse a un sueño bien merecido.
Posó la mano sobre el vientre, y lo acarició con suavidad. Se exaltó levemente al sentir otra vez lo que parecía ser una patada. “Parece que esta noche vos tampoco podés dormir”, le susurró acercando su rostro a la panza de su mujer. Y ahí sintió una nueva patada. Y otra más, seguida de un breve repiqueteo intermitente, y antes de que pudiera mover su brazo, del centro de la barriga brotó una pequeña mano ensangrentada que lo tomó de la muñeca inmovilizándolo.
Sus ojos se abrieron de par en par, y aunque su boca se movía, no conseguía que la garganta emitiera sonido alguno.
Como una flor de cuatro pétalos, la redonda barriga de su mujer se abrió, inundando la frazada de sangre, tripas y demás fluídos. Entre tanto rojo, entre tanta asquerosidad, una criaturita de menos de medio metro de altura observaba al aterrado taxista con dos ojos encendidos en furia.
Inmediatamente le saltó a la cara, arrojando al pobre hombre fuera de la cama. Comenzó a clavarle esas uñitas tan tiernas en los párpados, tratando de sacarle los ojos. El hombre, con las dos manos empujaba al feto del torso, pero este estaba agarrado como una garrapata. Tanteó en el piso, buscando sus zapatos. Esos, los de punta de acero que usaba en la fábrica antes de que lo echaran.
El primer zapatazo sonó… digamos… húmedo. Al parecer la baba que bañaba al feto lo protegía de los golpes. Pero al tercer, al cuarto, al quinto impacto aflojó sus manitas y cayó al piso. El hombre se puso de pié, y alcanzó a ver con sus ojos bañados en sangre cómo la criatura se escurría debajo de la cama, como una cucaracha.
El cordón umbilical aún seguía aferrado al feto, con lo cual era fácil adivinar sus movimientos. Él tomó con ambas manos el extremo del cordón, y tirando como de una soga comenzó a forcejear para sacar a la luz a su contrincante. Pero el otro estaba agarrado fuerte a la cama, y se le resistía. En su esfuerzo, él se recostó en el piso, apoyó ambas piernas en el marco de la cama, y haciendo fuerza no ya con sus brazos, sino con todo su cuerpo, tiró hasta caer exhausto. Soltó, ya sin fuerzas el cordón, y pudo ver cómo este se hundía en las profundidades de la oscuridad.
Agotado, tumbado y sintiendo el frío de las baldosas en su espalda, se arrastró hasta su lecho, y con un último esfuerzo intentó elevar el torso para acostarse nuevamente. Pero al subir a la cama, notó que su contrincante ya estaba erguido sobre el colchón, tomando en cada manita un extremo del cordón umbilical, y dándole pequeños tirones, como comprobando la resistencia de la soga. Él se sentía demasiado extenuado como para poder reaccionar a tiempo, y es por esto que cuando el feto saltó hacia su cuello no llegó a esquivarlo.
Ahora el feto se movía por su cuerpo como un insecto, sujetándose del cuello del taxista con el cordón umbilical. Cuando logró ubicarse en la espalda de este, redobló sus fuerzas y comenzó a estrangular a su oponente. Él, en un acto reflejo llevó sus manos hacia su cuello, y trató de agarrar el cordón umbilical, pero estaba todo tan cubierto por fluidos, que sus dedos se resbalaban a medida que iban perdiendo fuerza por la sofocación. Sentía el corazón golpeando con fuerza dentro de su pecho, redoblando con más intensidad que nunca, como antecediendo el silencio absoluto. Sus ojos comenzaron a salirse de sus órbitas, y las pupilas subieron por el globo ocular hasta desaparecer totalmente.
Entre espasmos y sacudones, sintió que una mano cálida, delicada, femenina lo sacudía del hombro, y entre los llamados de una conocida voz, despertó de su sueño.
- Gordo, sacá el 405, que me parece que ya estamos listos.
Cuando abrió los ojos, vio a su mujer sentada contra la cabecera de la cama, sosteniendo su vientre con ambas manos. Se frotó los ojos con ambas manos, y se incorporó, cerciorándose de que no hubiera sangre, tripas o fluidos sobre el colchón. Ya seguro, se calzó las alpargatas, se puso los jeans, la camisa sucia, campera, y se preparó para salir de una pesadilla para entrar en otra.
1 comentario:
Feroz Pibe!!! Una bomba de tiempo Belleza!!!
Saludos
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